Ali y Alá

En la inédita guerra mundial, el enemigo aparece como el demonio, por detrás del hombro derecho

19 mayo 2017 22:25 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:34
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Describas que al final llegas a la conclusión de que hemos entrado en una era. La nueva guerra comenzó con una estampa que jamás podremos extraer de las retinas. Recuerdo que tras el 11 de septiembre de 2001 hicieron una entrevista a una típica familia americana que estaba realmente consternada preguntándose por qué el mundo al que protegían, no los quería.

Un año después, los norteamericanos solicitaron autorización a Naciones Unidas para intervenir en Irak y cuando Francia los vetó en el Consejo de seguridad, un diario newyorkino abrió portada con el Cementerio de Normandía y un titular que rezaba: ‘THANK YOU’. La indignación llegó al punto de que mucha gente dejó de llamar a las patatas fritas, french frieds.

La inédita guerra mundial se diferenció de la vieja en que no es un Estado quien la declara a otro, sino que, disfrazada de santa, el enemigo aparece como el demonio, por detrás del hombro derecho. Lo hizo en Madrid el once de marzo de dos mil cuatro cuando detonaron diez bombas en cuatro trenes a la hora punta y asesinaron a 193 personas. Luego en Londres, el año siguiente.

Hasta los recientes atentados de Túnez en el que el querido alcalde de Vallmoll se salvó por los pelos, hasta Casablanca en donde no corrió la misma suerte un malogrado empresario tarraconense, se han sucedido masacres en un sin fin de lugares. Hoy hace un año que se constituyó el Estado Islámico que lo ha celebrado con algunas crucifixiones y las primeras decapitaciones de mujeres haciendo gala de una barbarie sólo comparable con los antiguos conquistadores que batallaban en nombre de dios.

Los cruzados se distinguen de los demás soldados en que ejecutan conforme a la máxima jurídica «Si cabe recurso, no hay responsabilidad». Como el arzobispo francés Arnaldo Amalric quien en la toma de Béziers (1209) ordenó que mataran a todos sin tener en cuenta su filiación religiosa, ‘pues Dios reconocerá a los suyos’ salvando su alma en el Juicio final.

A diferencia de Jesús del que no se sabe mucho de sus hermanos (Santiago fue lapidado), Mahoma tuvo seis hijos y varios primos uno de los cuales se llamaba Ali. Los chiitas que controlan Irak son los partidarios de que sólo parientes directos de Mahoma puedan dirigir el mensaje de Alá, frente a los suníes que consideraban que podían gobernar el Islam hombres cercanos a él.

En su autoproclamación inicial, el Estado Islámico apareció como un conflicto doméstico, un asunto interno entre suníes y chiitas que llevan siglos peleando. Sin embargo, en estos doce meses, la guerra ha dado un giro inesperado. Si en los atentados de Al-Qaeda no había otro objetivo que hostigar, las nuevas carnicerías se llevan a cabo por afiliados al Estado Islámico, incluso suníes, que han encontrado un tótem en el nuevo califato, la tierra prometida.

Por desgracia, viendo sangre en la arena de turistas ingleses que cavaron su propia tumbona en Sousse, no es difícil apuntarse a la islamofobia que hay escondida en el etnocentrismo de creer que Europa es la cultura desde la cual todo merece ser visto. Por desdicha también, es más fácil preparar un taperware que recibirlo en un comedor de beneficencia, y en todos los países europeos jóvenes cuecen habas soñando con alas. La bandera de Isis no es verde como las islamistas que evocan un oasis en el desierto de la eternidad, sino negra. Y lo único divertido de su aspiración a constituir un califato en Catalunya donde florecen locutorios es ver a los anti imperialistas pidiendo a los americanos si no podrían ingerir en sus asuntos y hacer algo. O a los franceses, si no se plantearían los gringos volver a llamar a las patatas por su nombre.

Como todo, en este tiempo nuevo, la guerra tiene un componente de ciencia-ficción. Es la liza de los tiempos, una mezcla del regreso al futuro desde el siglo VII de Tamerlán cuyo terror se difunde por medio de la tecnología que creemos sirve para hacernos libres. La intención manifestada del enemigo es destruir nuestra civilización, matarnos a todos y adoctrinar a nuestros hijos en una nueva forma de vivir que acabe con la democracia y laicismo de Occidente.

Hace unos días fui a mi tierra a comprar los petardos de San Juan y entendí por qué últimamente los atentados de Charlie Hebdo o la química francesa se llevan a cabo con armas automáticas o chapuceras bombonas de butano.

Quedé con la empleada de una pirotécnica y la seguí treinta kilómetros hasta la santabárbara, pues desde que un minero fue condenado a 34.750 años de cárcel por facilitar los explosivos del 11-M, la policía ha establecido un control absoluto sobre inventarios. La disposición de los polvorines excavados recordaban las cuevas de Afganistán en las que buscaban a Bin Laden tras el desplome de las torres gemelas.

Confieso con pudor que cada año algunos amigos llevamos a cabo un ritual de fuego purificador en el que pedimos algún deseo, salud, paz, trabajo o que gane la sexta el Barça. Rodeados de una traca convencional, se negaron a venderme los masclets, desde el humo y el ruido, penetramos en el mar con túnicas negras y salimos con bengalas rojas y otras blancas. Aunque dios nos separe, infierno sólo hay uno.

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