Atrapados en las redes de las redes. La infoxicación y la imposibilidad de pensar

Delirante. La infoxicación acumulada en un día a veces se me transforma en una especie de náusea, seguida de la imposibilidad de pensar con claridad: todo pensamiento interrumpido por otro, una cadena de necedades

19 febrero 2020 09:10 | Actualizado a 19 febrero 2020 10:34
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Hace una semana la 2 (aún existe créanme) emitía un documental sobre el fotógrafo José Luis Navia. El fotógrafo de lo esencial, de la meseta, de lo rural, del fin del mundo. Yo de Navia no sabía nada hasta que un día mi querido Carlos Pérez de Rozas me plantó delante de una de sus fotografías de la Castilla profunda, en la que colgaban tres trapos de cocina 
-uno rojo, uno blanco y uno azul- contra un muro de cal desconchada, con esa luz cálida del atardecer frío de la meseta. Era el homenaje que Navia hacia a Francia tras los atentados del 2016 en la noche parisina. Tres trapos viejos pero llenos de dignidad que representaban una bandera atravesada de luz y frío. Pérez de Rozas me sentenció ya de por vida: si amas a Navia, difícilmente se puede amar a otro fotógrafo. Se los puede admirar, pero no amar.

Llegaron los algoritmos y todo saltó por los aires. Ahora todos estamos a la merced de un tuit

En esto pensaba el otro día cuando durante el documental, José Luis Navia cuenta cómo «la televisión mandó callar a mi abuela». Un cambio de época. Se callaron las conversaciones y apareció la caja tonta. Ahora no sé que diríamos, que ¿los teléfonos nos han recluido en atolones aislados, remotos los unos de los otros, separados por océanos de algoritmos?

Pienso en la frase de Navia a menudo, sobre todo cuando siento que tengo el cerebro atiborrado de la información que se cuela por la pantalla de mi computadora, por el teléfono, por donde sea. La infoxicación que se acumula a lo largo de un día a veces se me transforma en una especie de náusea intensa y honda. Una náusea, seguida de la imposibilidad absoluta de pensar con claridad: todas las ideas meras regurgitaciones, todo pensamiento interrumpido por otro, una cadena de necedades. Como si a un televisor le diera fiebre y empezara a delirar y a cambiar de canales solo. Así me pasa.

Al final acabaremos por silenciar a los que tienen el deber de hablar para defendernos a todos

Pienso en Navia y en su elección de vida. En su decisión de centrarse en retratar un mundo que se acaba, el verdadero fin del mundo. Pienso en esas fotografías que Carlos me hacía mirar: ese silencio y esa pausa.

Lo pienso mientras mi pantalla de Smartphone me bombardea la noticia: dimite Benjamin Griveaux, el candidato de Emmanuel Macron a la alcaldía de París para las elecciones municipales del 15 y el 22 de marzo, por culpa de Piotr Pavlenski, un refugiado ruso, artista provocador, que ha publicado en sus redes sociales un vídeo sexual que el candidato del presidente de la República Francesa había enviado a la novia del artista ruso refugiado y provocador. Tengo que leerlo varias veces para comprenderlo.

Todo por los aires

En Francia dicen que el periodismo termina en la puerta de la alcoba. La sacrosanta vida privada no se toca. Bueno, no se tocaba. Llegaron los algoritmos y todo saltó por los aires. Ahora todos estamos a la merced de un tuit. Caímos todos en las redes de las redes sociales. Estamos atrapados como el arenque pescado en el Atlántico y terriblemente solos. Nos han hecho callar como a la abuela de Navia. No hay descanso posible en la avalancha de correos, tuits, retuits, anuncios callejeros y la constelación de pantallas de teléfonos centelleando entre las multitudes callejeras. El periodismo es la primera víctima de esta nueva era. Los algoritmos y toda la parafernalia tecnológica han acabado con el periodismo, o están a punto de hacerlo. En la era de la emoción elevada a la categoría de verdad absoluta, la información se está callando. Primero fueron las abuelas y sus historias, es decir: la memoria, luego fuimos callando cada uno de nosotros, y al final terminaremos por silenciar a los que tienen el deber de hablar para defendernos a todos. El silencio obscuro en medio del ruido más espantoso.

* Periodista. Nacida en Tarragona, Natàlia Rodríguez empezó a ejercer en el Diari. Trabajó en la Comisión Europea y colabora en diversos medios. Vive entre París y Barcelona.

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