Camisas blancas

Algunos viñetistas aún no se han enterado de que la derecha ya no lleva bigote

19 mayo 2017 22:33 | Actualizado a 22 mayo 2017 17:59
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Se ha convertido en el uniforme de quienes se presentan como seres inmaculados, virginales, impolutos y transparentes. La indumentaria siempre ha sido un elemento colateral pero demostrativo en el marketing político. Pablo Iglesias desveló en el plató de Tele5 (Ana Rosa) que la noche en que se citó a cenar con Pedro Sánchez los dos vestían igual: camisa blanca y arremangada hasta los codos. La pugna por la imagen no dio tregua ni en el reservado de un hotel donde ellos hablaban sin público. La camisa blanca se ha convertido en el uniforme de quienes se presentan ante el público como seres inmaculados, virginales, impolutos y transparentes. Ese es el metalenguaje. De blanco profesan las novicias, se casan las neófitas, hacen la comunión los catecúmenos que aspiran a incorporarse a la vida real. Es un look estudiado que como dice la experta en estilismo de la clase política, Ana Pérez, pretende ofrecer la imagen del ‘no político’. Por supuesto, sin corbata.

No importa que detrás de Podemos empujen veteranos cuadros del PCE o políticos profesionalizados desde los albores de la democracia o antiguos dirigentes socialistas que se han subido a la ola. O que el partido que ahora encabeza Sánchez haya gobernado con o sin mayorías absolutas varias décadas. La imagen de que la nueva formación emergente no hace política sino ‘otra cosa’ parece haber cuajado. La idea de que ellos vienen de la gente para relevar a los políticos (que no se sabe de dónde vienen) también está quedando. Hay en el ambiente una reminiscencia impostada de la Transición que les encanta a los que todavía tienen la ‘trenka’ guardada en el armario. Es más, creo que Forges todavía utiliza esa prenda de abrigo para representar a los llamados ‘progres’. La verdad es que hay algunos viñetistas que aún no se han enterado de que la derecha ya no lleva bigote o que el pueblo ya no va en alpargatas. Y que ahora las abuelas no usan pañoleta negra y el faldón de luto como las viejillas de los chistes sino que hacen thai-chi o aquagym en los polideportivos municipales. Ya apenas quedan ‘blasillos’ en el campo y todo cristo va en cuatro por cuatro. Pero lo cierto es que esa iconografía de una España que ya no existe, dividida en ricachones y progres, donde los opresores llevan bigotillo franquista y gafas negras, todavía funciona para algunos. Aunque Amancio Ortega el gran capitalista español jamás lleve corbata, ni tirantes, ni gafas oscuras.

En buena lógica político-estilística el dirigente emergente de la coleta debería vestir chándal y el nuevo líder del PSOE una chaqueta de pana. El primero indicaría su visión de una España centroamericana a la que hay que rescatar de la pobreza, de la ignorancia, de la infravivienda y casi del analfabetismo. Y el segundo la vuelta a los orígenes de Felipe y Guerra cuando encontraron un país aislado con muchos pastores y unos pocos ricachones, donde había que poner en las ciudades jardines, dispensarios y mobiliario francés. Pero el tiempo no ha pasado en balde.

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