Capitolio viene de cabeza

Lo del miércoles no fue el principio de una revolución social; fue un acto de violencia dirigido por un protodictador.

11 enero 2021 09:20 | Actualizado a 21 enero 2021 10:23
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El siglo XXI empezó con una crisis económica cuyos estragos todavía vivimos. La depauperación de ciertas clases medias y medias bajas trasladó una angustia que era bastante nueva para estos grupos de población después de unas décadas de crecimiento. La bastardización del sistema capitalista a la que nos llevaron algunos ejecutivos sin escrúpulos (ejecutivos que, por cierto, salieron de rositas) hundió a millones de personas en la pobreza y, como consecuencia de esto, en el miedo. El fenómeno Trump es una secuela de esto. Como también lo es el Brexit en Gran Bretaña y el ‘procesismo’ de los independentistas catalanes.

Los tres movimientos se caracterizan por un rechazo de las instituciones que nos gobiernan, por el culto de un líder a quien se le otorga un carisma que no tiene y por la necesidad de que las masas salgan a la calle. Que tomen la calle. Que subviertan el orden y los protocolos democráticos para demostrar que las urnas pueden ser de otros, pero que la calle, la calle es suya. El miedo que algunos sintieron con la crisis, convertido en un meter miedo a los que no piensen como ellos.

Lo que se vivió el miércoles en la tarde washingtoniana no es otra cosa que la penúltima campaña de comunicación de Trump. Una campaña en la que, como es habitual, emplazó a un emisor (el presidente que se imbuye de toda el aura de los líderes totalitarios -podrían establecerse parecidos entre su manera de mostrarse y la Putin o la de Kim Jong Un), un mensaje rupturista (Trump anunció, una vez más, antes del asedio y toma del Capitolio que en Estados Unidos se ha vivido un pucherazo electoral) y un canal que tiene que trasladar el mensaje alto y claro: se trata de esbirros que ocupan la calle y muestran que sus gritos valen más que los argumentos. Lo del miércoles no fue el principio de una revolución social; fue un acto de violencia dirigido por un protodictador, un fenómeno antiguo aunque con un nuevo ‘packaging’. La propia democracia parece estar preñada con la semilla que la puede destruir y pare líderes políticos que, engañando a los ciudadanos con informaciones falsas y aprovechando su angustia social, quieren conquistar el poder para llevarnos a un mundo mejor. No cabe duda que tomar la cabeza visible del sistema, el Capitolio, es una hazaña para los extremistas.

Lluis Pastor: Profesor de Comunicación de la UOC.

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