Le vi por última vez en Tarragona en la presentación de un libro de Natalia Rodríguez. Antes de abrazarle me aseguraba de que no me derribaría, tal era su afectuosidad y corpulencia. Ahora he tenido que hacerme fuerte ante la noticia de su muerte.
Admiré a su abuelo, fundador de la saga de fotógrafos Pérez de Rozas, y coincidí con su padre en La Vanguardia. A él le conocí en el Brusi, en la redacción más dividida que haya existido. Nos hicimos amigos cuando estábamos en bandos contrarios.
Fue profesor de Periodismo en cuatro universidades. Sus alumnos le adoraban, porque era pura generosidad y optimismo. Y es cierto, como su hermano Emilio, fue tertuliante y amaba al Barça, ¡pero más a sus amigos! Nos elogiaba por encima de nuestros merecimientos.