Los hechos luctuosos con que se manifiesta el terrorismo tienen la particularidad de que eliminan las corazas políticas a la hora de los análisis. En la brutal agresión de una manada de islamistas a la sociedad catalana, el principal elemento del relato es el humano: han sido asesinadas 14 o más personas de muchas nacionalidades en dos acciones sobrecogedoras, en Las Ramblas de Catalunya, de Barcelona, y en el Paseo Marítimo de Cambrils. Es imposible no señalar, dejando cualquier atisbo de demagogia en el dintel del análisis, que la agresión brutal contra una parte de España ha despertado ciertos vínculos que algunos querían romper. La reacción a los atentados ha sido contundente, rotunda, unánime. Las administraciones, que no se hablaban entre ellas, se han coordinado con la alta profesionalidad que otorga la institucionalidad de las grandes democracias. Los pésames cruzados han sido dolientes y sinceros. Catalunya no era, no es, un vecino cercano como Francia o el Reino Unido al que se le da con pesar el pésame cuando le pasan desgracias como estas. Entre Catalunya y el resto hay una familiaridad doméstica y aterciopelada, la que se usa en el ámbito íntimo de la fraternidad o de la paternidad. Catalunya está en todo muy cerca, y es inútil que algunos, imbuidos de la mística de la identidad cerrada y escueta, pretendan convencernos de que hay grandes muros recién alzados. No es verdad. Y probablemente no lo sea nunca.
Catalunya, siempre tan cercana
Catalunya no era, no es, un vecino cercano como Francia o el Reino Unido al que se le da el pésame
19 agosto 2017 11:34 |
Actualizado a 19 agosto 2017 11:34
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