'Clochards'

La figura del 'clochard' (vagabundo) es un clásico en el paisaje urbano

19 mayo 2017 22:55 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:07
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En el centro geométrico de la calle Serrano de Madrid, a medio camino entre la puerta de Alcalá y la esquina donde Louis Vuitton despliega sus exorbitantes bolsos, tiene montado su campamento un clochard de esos que Esperanza Aguirre quiere invitar a pasarse por un albergue y no dar la nota en la milla de oro. No creo que lo consiga.

Él da la impresión de encontrarse a gusto en su metro cuadrado de acera enfrente de El Corty. Con la piel tostada de un prejubilado al sol y barba entrecana tiene aspecto de propietario de ese metro cuadrado que cotiza a más de 5.000 euros en las inmobiliarias del entorno. Pero lo más llamativo es que nuestro vagabundo fuma en pipa usualmente como quien está relajado en el salón de su casa mirando la chimenea. Apoyada la espalda en la pared (orientación sur por supuesto), sentado entre sus cajas y mantas bien ordenadas, pega bocanadas a su cachimba, sin pedir nada y echa el humo a la cara de ejecutivos, turistas y damas del barrio de Salamanca que desayunan pasadas las once. Nadie le ha insinuado que levante el campamento. Ni creo que Esperanza Aguirre se atreva porque el hombre no hace daño a nadie.

Pero por si acaso ya han salido al quite los de jueces para… y otras asociaciones progresistas de justicieros que nunca están donde se les espera pero aparecen donde nadie les ha llamado. Y con esa superioridad moral digna de mejor causa ya han dictado sentencia. Dicen que no se puede obligar a nadie a dormir en un albergue ni vulnerar su derecho constitucional a deambular libremente. Por supuesto. Y para culminar su gran aportación al derecho y al progreso apuntan que esto se resuelve «diseñando mecanismos de protección social». Hablar por hablar. Sobra sitio en los albergues, señores jueces. La figura del clochard (vagabundo literalmente) es un clásico en el paisaje urbano en todas las grandes ciudades. En la mitad del siglo pasado llegó a convertirse en un icono de las calles de París. La gente los fotografiaba con su botella de vino y su barba como a las putas de Pigalle. Porque algunos ‘sin techo’ es que no quieren techo. Se trata de vivir al margen del sistema porque el sistema los ha expulsado o porque voluntariamente se han echado a un lado; pero instalados en su calle mayor para que la urbe no oculte sus vergüenzas debajo de un puente.

Doña Esperanza a la vista de la hostilidad con que se ha acogido su sugerencia de reubicar a los que duermen en la calle, se ha ‘arrecutido’ como dicen en el pueblo de mi madre y anuncia una plan de construcción de nuevos albergues. Sí, pero no. Ese no es el problema, pero como somos tan políticamente correctos y no se puede hablar de borrar pintadas porque es un ataque a la libertad de expresión pues igual la solución es convertir los clochards en una atracción turística, como en París hace cincuenta años. Qué bueno.

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