Cólera en tiempos coléricos. Cubrir la epidemia desde El Congo, con un ojo en casa

La epidemia, desatada. La Organización Mundial de la Salud (OMS) presenta un plan para reducir sus muertes en un 90% en 2030. Guerras y cambio climático serán el gran reto

02 noviembre 2017 10:29 | Actualizado a 08 noviembre 2017 13:02
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Es curioso, por inusual, que sean los acontecimientos políticos de tu país los que llamen la atención y no los del país visitado. En Bukavu, en la República Democrática del Congo (RDC), me preguntaban los colegas de allí, «¿que va a pasar en Catalunya?».  Era una semana después de la votación del 1-O y la respuesta, como ahora, no era nada fácil, más allá de, «con el pifostio que se ha montado, quién sabe qué». Traducir pifostio al francés o al swahili tampoco es fácil. 

Es curiosa también, por estrábica, la sensación de estar en otro país para reportar situaciones terribles y tener que andar con un ojo puesto en el tuyo porque el discurrir de los eventos despliega velocidades fitipáldicas que no permiten perder comba y quién sabe qué. 

El cólera. Fui a cubrir la actual epidemia de cólera en la RDC, el peor episodio de la enfermedad en el país, con 21 de sus 26 provincias afectadas, con más de 38.000 casos registrados y más de 700 muertos. Bukavu está en el este del país, en la frontera con Ruanda. Una zona del país paradisíaca, bañada por un lago que es un mar, el lago Kivu, de una belleza abrumadora y exagerada y cuyas aguas son las que dan vida a ciudades como Bukavu, Goma o Minova. Y ahora, contaminado por el cólera, el lago también es portador de una enfermedad que puede ser mortal. 

La mayoría de los enfermos con los que hablamos eran pequeños agricultores. Nos dijeron que los pozos han bajado de nivel por la sequía o se han secado y tienen que buscar fuentes alternativas o cogen el agua directamente del lago. Las actividades de prevención han sido erráticas y no todo el mundo puede clorar el agua. Muchos niños llegaban a las clínicas con diarreas continuas y vómitos y muchos muy frágiles, necesitados de rehidratación intravenosa. Lo malo del cólera, que se transmite por ingerir agua o alimentos contaminados, es que actúa rápido y un adulto puede perder en cuestión de horas veinte litros de líquido. Lo bueno del cólera es que, con rehidratación continua y a tiempo, uno se recupera muy rápido, en máximo cuatro días. 

Altos costes médicos

Llegar a tiempo y tener acceso a los servicios médicos es clave. Nada fácil en la RDC, donde, como en otros muchos países africanos, los costes médicos hacen que mucha gente evite acudir al hospital. No es nada fácil acudir al hospital o al centro de salud en uno de los países más pobres del mundo, en una región todavía muy afectada por un conflicto de hace más de veinte años, en la que los grupos armados se cuentan por decenas y donde los centros sanitarios pueden hallarse a horas de camino. Vimos llegar a los centros de Médicos Sin Fronteras, -de atención gratuita-, a algunos pacientes en moto-taxi (y entonces se rocía con agua clorada la moto, por aquello de matar al bicho donde sea), pero no pocos pacientes llegaron a lomos de vecinos, de padres, de mujeres. Los lomos de las mujeres, siempre presentes.

El cólera este año se ha desatado. Algunos expertos apuntan al efecto del cambio climático y en la RDC la sequía ha sido, ciertamente, un factor desencadenante. También es posible que lo haya sido en Nigeria y en Chad. El cólera se ha cobrado más víctimas en Yemen, donde tres años de conflicto y la escasez de agua han facilitado su extensión. Se calcula que a final de año puede llegar al millón (¡al millón!) de afectados

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha presentado un plan para reducir el 90% de las muertes por cólera en 2030. Las guerras, con desplazamientos y hacinamientos de poblaciones, la pobreza y el cambio climático que puede provocar más sequías, serán factores de riesgo extremo para el éxito de este plan. En la RDC los enfermos empiezan ahora a descender. Pero aún faltan semanas por controlada. Vivimos tiempos coléricos. 

 

*Lali Cambra es periodista y trabaja en Metges Sense Fronteres, donde cubre diversos países de África y Sudamérica. Previamente hizo de corresponsal para medios estatales en Sudáfrica. Comenzó de periodista en Tarragona.

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