Como sardinas en lata

31 octubre 2020 17:30 | Actualizado a 31 octubre 2020 19:06
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Una de la cosas que más estupor causa entre la ciudadanía es que entre tantas medidas restrictivas –confinamientos perimetrales, toque de queda, cierre de bares y restaurantes, clausura de cines, teatros, gimnasios y centros comerciales, clases telemáticas...– no figure ninguna que restrinja los aforos en el transporte público.

Y así, vemos vagones de tren y metro tan atestados como en tiempos anteriores a la pandemia, autobuses urbanos tan llenos que a veces no caben todos los usuarios que esperan en la parada. Es como si este servicio estuviera exento de la acción del virus, como si no pasara nada por viajar pegado a una persona a la que no conoces de nada, ni sabes dónde ha estado, ni de dónde viene.

Es comprensible que haya que garantizar los medios para que la gente pueda desplazarse a sus trabajos, pero no se entiende que, si detener al virus es tan importante como para paralizar el resto de la vida, no se tomen medidas para que las personas que se mueven en el transporte público lo puedan hacer de forma segura.

Estoy convencido de que los responsables de este servicio saben a qué hora y en qué trenes o autobuses viaja más gente. ¿Tanto cuesta incrementar las frecuencias en esas horas o en esas rutas para que los usuarios puedan mantener las distancias? Y no nos vengan con eso de que no hay medios: hay decenas de compañías de autobuses con los vehículos aparcados en los garajes por la supresión de todo tipo de excursiones.

¿Acaso tiene sentido encerrarnos en casa para reducir el contacto social e ir después como sardinas en lata en el tren o el autobús? Y esto, que en la calle se ve tan claro, ¿no se lo ha planteado ningún responsable político?

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