Supongamos que una familia está en su casa y en la calle ruge la tormenta. Se escuchan angustiosos truenos a cada relámpago. Las radios y televisiones hablan del temporal y su intensidad. Supongamos ahora que la familia se conjura en no hablar de la tormenta, como si no existiera, como si en la calle luciera el sol.
Algo así sucede con la actual situación política en algunos hogares. No se habla de ella, como si no existiera. Se dice: mejor no hablar del tema porque sería peor. Es lamentable, pero es realidad. Me parece una de las cosas más tristes: que en familia no pueda hablarse de todo con confianza.
Hace falta que hagamos un ejercicio de comprensión; que sin renunciar a la propia idea, escuchemos, sin irritarnos, a quien piense distinto.