Como trastos viejos

Con la vejez no sólo nos encojemos, sino que perdemos masa muscular, equilibrio, memoria… En este momento no se de quién leí que ser viejo es una mierda.

11 mayo 2020 17:31 | Actualizado a 13 mayo 2020 18:51
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Cuando nos acerquemos a una cierta edad, llámese a esta edad el ser viejos, es muy probable que nos comencemos a hacer muchas preguntas. Mi abuela, la Sra. María, murió a los 81 años, un Jueves Santo de hace algo más de medio siglo.

Murió siendo muy mayor, algo poco habitual para la época. Pero la recuerdo como una mujer que siempre vivió vieja. Muy vieja. Toda la vida la vi con un pañuelo atado al cuello cubriendo la  cabeza y vestida siempre de negro, porque pronto perdió a su marido, el abuelo Ángel, y a tres de sus hijos, uno de ellos en la Guerra Civil.

Desde hace más de un siglo, se vive con la idea de que la vejez comienza a los 65 años, el umbral que coincide con la edad de la jubilación. La realidad nos dice que con los años ganamos esperanza, con mayor calidad de vida, porque nada tiene que ver con la forma de vivir de generaciones atrás.

Con la vejez no sólo nos encojemos, sino que perdemos masa muscular, equilibrio, memoria… En este momento no se de quién leí que ser viejo es una mierda. ¿O quizá lo que es una mierda es envejecer?. O Quizá las dos cosas juntas. Porque aunque hacerse mayor da experiencia, con la edad pierdes los recuerdos, la fuerza, la inteligencia. Aunque los parámetros que usamos hoy en día no los entenderían nuestros abuelos. Cuando fallece una persona en la franja de los 70 años decimos que ‘no era tan mayor’. Pues nadie llamaría anciano a algunos longevos artistas, con muchos conciertos o películas a la espalda, aún en plena actividad.

La percepción de la edad biológica ha cambiado, pero parece que con el paso de los años, con mejor calidad de vida, hemos perdido la ética y la moral. No hemos aprendido nada de las generaciones que nos anteceden. La abuela María murió de mayor. Sí. Y muy vieja. Pero se fue rodeada y con el respeto y el cariño de los que aún le quedaban en vida. Hoy se van en la soledad. Con esta pandemia que nos ha vuelto a todos locos, se van sin ni siquiera nuestro adiós. Mueren entre las lágrimas del sanitario de turno, que le coge con fuerza la mano para no hacerle sentir solo en el lecho de la muerte.

Cada uno de nosotros guía su conducta hacia unos valores que asumimos y adquirimos a lo largo de la vida. Los principios, convicciones y creencias sobre cómo actuar en muchas ocasiones nos generan cierta sensación de angustia y malestar, mayor según la importancia que damos a los valores éticos y morales adquiridos.

Recuerdo ahora que en los primeros años del 2000, la prensa nacional recogía noticias de que había familias que abandonaban a sus viejos en gasolineras y bares. Cuando paraban a repostar le enviaban a hacer alguna compra a la estación de servicio, y mientras éstos se encontraban en el interior de la tienda huían de la forma más vil, con maldad y sin escrúpulos. La sensación de abandono, sin embargo, no sólo se puede tener con un hecho tan despreciable como el mencionado anteriormente, sino en la forma en la que vemos a algunas personas mayores en las residencias o geriátricos. Parecen trastos viejos aparcados, a los que nadie parece visitar.

Los centro residencias son hoy en día una parte importante en la atención de los mayores, de forma especial en las personas con alta dependencia. Sabemos que el objetivo prioritario de nuestros mayores ha de ser el facilitar su permanencia en el seno familiar y su entorno, cuando esto sea posible. También sabemos que el envejecimiento del envejecimiento de la población, la mayor parte de éstos, pasados los 80 años, hace que se alargue la vida con enfermedades que producen incapacidad y por tanto mucha dependencia, que lleva a atender mayores necesidades y obligaciones, que el anciano no puede recibir con el apoyo y el soporte en los domicilios y sí en mejores condiciones en las residencias. 

Y por otra parte, los cambios en el seno familiar que durante siglos afectaron principalmente a las mujeres. El modelo de familia tradicional ha cambiado con familias de menor tamaño, con más distancia geográfica entre las generaciones,  y, principalmente, los cambios de la mujer en la sociedad y su incorporación al mercado laboral.

Los recursos sociales de apoyo a los cuidadores y a los ancianos, sin embargo, son insuficientes. La angustia y el malestar en miles de familias durante estos días son inadmisibles. Y las muertes de muchos ancianos familiares en las residencias no pueden pasar inadvertidas, más cuando se ha comprobado que las medidas han sido insuficientes en recursos asistenciales para prevenir o paliar la incapacidad profesional.

Qué penoso es el fin de un viejo. Perdemos vista. Nos volvemos sordos. La fuerza declina y nos duelen dada día más los huesos. Vivimos en silencio, porque la boca habla cada día menos. Al corazón le cuesta  descansar. Vivimos como trastos viejos. 

*Ángel Gómez, periodista, editor y fundador de ‘La Vila’, también ejerció en el ‘Diari de Tarragona’ y en ‘Nou Diari’. Fue director de la Cope en Tarragona y fundadory redactor del ‘Segre’

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