Comprensión con todos

Una de las actitudes que hacen la vida más agradable es la comprensión

19 mayo 2017 23:03 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:22
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Una de las actitudes que hacen la vida más agradable es la comprensión, entendida como no descalificación de los demás sin atender a sus razones o sin examinar la causa de sus comportamientos. La manera de ser comprensivos es ponerse en los zapatos del otro y preguntarse ¿qué hubiera hecho yo en su lugar?

El juicio de los comportamientos, merecería, en palabras de Fray Luis de Granada, tener tres corazones: para con Dios, un corazón de hijos; para con los hombres, un corazón de madre; y para nosotros mismos, un corazón de juez.

¡Con que facilidad juzgamos a los demás y observamos sus defectos! En cambio, nos cuesta examinarnos y ver los nuestros. Es lo de la paja en ojo ajeno y la viga en el propio, según la enseñanza de Jesucristo.

En primer lugar debemos pensar que quien trabaja es quien se equivoca. Esto para empezar. No podemos exigir que todo el mundo haga todo bien y siempre, porque nosotros también cometemos fallos, sobre todo si asumimos responsabilidades. En el mundo del fútbol, se dice que sólo fallan penaltis quienes los tiran.

Después hay que pensar que unas personas tienen más habilidades que otras, pero eso no debe hacerlas motivo de descalificación. A uno le costará hablar en público; a otro, aparcar el coche al primer intento; a un tercero manejarse con la informática…

Por último, hay que ser comprensivo con quien es diferente, que no por eso es peor. Para un cristiano todos somos hijos de Dios, desde el monje hasta el ateo. No hay razas inferiores, como algunos europeos creían en otro tiempo, ni personas que merezcan nuestro desprecio como seres humanos. El «buenismo», como defecto, no consiste en ser comprensivo con todos, sino en serlo con todas las ideologías y las acciones.

La comprensión para un cristiano es algo más que un mero ejercicio de tolerancia: es un acto de caridad bien entendida. Cuando parece que cierta persona no merece comprensión, ¿no merecerá al menos compasión, como la que tiene Jesucristo con todos? El Señor nos dice: «Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo» (Lc 6,36).

Quizá la persona a la que nos atrevemos a juzgar no ha tenido la formación o las oportunidades que tenemos nosotros, que, pese a ello, pedimos: Señor no lleves cuenta de nuestros delitos, no nos trates como merecen nuestros pecados.

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