¿Con la lección aprendida? Tras el 21-d estamos donde estábamos

Quien crea que existen soluciones milagrosas errará siempre. Estamos ante un problema tan serio, tan estructural y con raíces ya tan profundas, que lo más efectivo es aceptar que su solución va para largo.

04 enero 2018 16:32 | Actualizado a 04 enero 2018 16:39
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Feliz Año VII del proceso. Ingenuos quienes creían que todo acabaría con unas elecciones que vendrían a ponerlo todo en su sitio, porque de todos es sabido que el sitio es uno y no hay más que ese que es, además, eterno e indivisible. Vaya, que todo debía acabar como si nada hubiese empezado.  Pues bien, ya se votó, ya se escrutó, ya se digirió y todo sigue como hace dos años, cuando el independentismo demostró que puede ganar las elecciones, gobernar, mantener su agenda y objetivos políticos, pero no atesora el músculo suficiente para transitar por unilateralidad alguna porque no tiene la mayoría social y, por ende, ninguna legitimidad democrática para decidir en solitario cuándo acaba la partida. Es lo que hay.  

Y lo que había es también lo que hay en el campo del constitucionalismo o unionismo, que cada cual escoja el sustantivo, aunque repartido de otra manera. Se acabó la cancioncilla de una mayoría silenciosa que en cuanto se decidiese a alzar la voz pondría por fin y para siempre a los soberanistas en su sitio. Final también para el cansino estribillo del suflé. Nada. Ni mayoría silenciosa, ni deserciones, ni agotamiento. Hablan las urnas, callan los analistas. 

Señores y señoras: hay lo que hay. Guste o no guste. Dos tazas y las que faltan. En un mundo ideal, los partidos de ámbito español, y en especial el PP que es quien tiene en sus manos las clavijas del Estado, tomarían nota de su estrepitoso fracaso y cambiarían de estrategia. Reconocerían el problema, dejarían de tratar a los independentistas como enfermos, borregos o delincuentes y empezarían a crear un clima que, reconociendo la magnitud del envite democrático que se les plantea, permitiese recorrer la senda del diálogo sin condiciones previas y sin presuponer que encauzar un problema a través de la palabra y la escucha del otro suponga una derrota. Vaya, que se darían cuenta de que quizás, visto lo visto, sería mejor un escenario de menos jueces y más política. No será así. 

Desde el 2012 el PP, y el resto de partidos que apoyan su estrategia, siguen aferrados a la convicción de que todo pasará y aquí paz y después gloria. De victoria en victoria hasta la derrota final.

Lectura correcta

Por su parte, el soberanismo debiera también en esta ocasión, y a diferencia de lo que hizo en 2015, leer correctamente qué puede y qué no puede hacer con una mayoría que le permite gobernar pero no más. ¿Pasará? Probablemente, aunque no puede descartarse nada dada la multiplicidad de guionistas que han de escribir los avatares de los futuros capítulos del proceso. Junts per Catalunya, ERC, PDeCAT (no es un error situarlo individualizarlo y no diluirlo en el proyecto de Carles Puigdemont) y la CUP deben decidir cómo aterrizan al principio de realidad que sitúa el proyecto político del Estado propio como una ambición a largo plazo irrealizable bajo el yugo del concepto «tenim pressa».

Pero desengáñese quien observe la realidad catalana con la esperanza de que todo depende de un bálsamo de Fierabrás que todo lo curará al primer sorbo. El problema es tan serio, tan estructural, tiene raíces ya tan profundas, que lo más efectivo y tranquilizador para todos es aceptar de entrada que esto va para largo. Nada, en política, empieza y acaba en siete años si lo que se pretende es un vuelco del status quo.

Mientras tanto nos queda por delante un desagradable festival de juicios que vendrán a recordarnos cada día que, a pesar de que los indicadores eran clarísimos, todo el mundo se empeñó en saltarse sus límites y obligaciones. El Estado, entender que la política en democracia obliga a acompañar y liderar los cambios que operan en la sociedad y no a utilizar las leyes como un bozal de inspiración divina que todo lo acalla. El soberanismo, calibrar mal sus fuerzas y querer imponer sus reglas de juego sin disponer del músculo ni la legitimidad suficiente para hacerlo.

*Josep Martí es ‘calero’, es decir, de L’Ametlla de Mar. Es empresario y periodista. Analiza la actualidad política en ‘El Periódico’, Rac1 y 8TV.

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