Consejo de la UE, paz y después gloria

30 julio 2020 09:40 | Actualizado a 30 julio 2020 09:50
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En mi última columna titulada La larga noche del Consejo de la UE, se deslizó una imprecisión que es conveniente corregir. La imprecisión tuvo lugar cuando escribí «y hubo paz y después gloria». A lo anterior había que añadir «en el Consejo de la UE».

En efecto, el difícil acuerdo no está ultimado ni es ejecutivo, pues debe pasar por la criba de un Parlamento Europeo, repleto de políticos excéntricos, que ya han empezado a poner pegas.

Superado el examen del Parlamento Europeo, debe ser ratificado por los Parlamentos nacionales de los 27 estados miembros, junto a una serie de requisitos técnicos, que pueden retrasar su entrada en funcionamiento o añadir condiciones.

Es aún muy pronto para cantar victoria. Y, por consiguiente, los aplausos de los ministros a Pedro Sánchez a su entrada en el Consejo de Ministros del martes de la semana pasada, están totalmente fuera de lugar.

Como es habitual, nos han contado muchas mentiras y existen muchas dudas por resolver, que ensombrecen un final feliz. Conviene ser realista y ser consciente que en la actual Europa comunitaria las cosas no son fáciles.

Frente al poderío franco-alemán, heredero de los valores carolingios, se ha sentado el modesto primer ministro holandés, Mark Rutte, de 53 años, que vive solo en un modesto apartamento, va en bicicleta a su oficina de La Haya y en el tiempo libre que le deja dirigir su país, enseña estudios sociales en una escuela local. Es el representante de un grupo de escépticos calvinistas, conocido como los frugales, que siempre han desconfiado del uso de la deuda común para rescatar a los Estados miembros del sur.

Durante la crisis de 2008, la resistencia a mutualizar los débitos estuvo a punto de derrumbar el edificio europeo y el euro. La tensión solo se disipó cuando el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, se mostró dispuesto a preservar la moneda única.

Ahora, nos ha salvado el acuerdo franco-alemán, entre Merkel y Macron. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, no se ha quedado sola en defensa de medidas fiscales que acompañen a las inyecciones monetarias del BCE.

Así pues, tiene que acceder la gloria al Parlamento Europeo y a los 27 Parlamentos nacionales, para que el acuerdo sea ejecutivo y pueda llegar el dinero. La gran dificultad en el Consejo de la UE, ha radicado en sustituir el derecho de veto, que pedía Rutte, por una especie de freno de emergencia.

Los planes de recuperación y resiliencia de los Estados miembros, deben ser aprobados por mayoría cualificada en el Consejo de la UE y luego por consenso en el Comité Económico y Financiero.

En términos generales, los requisitos a cumplir son contribuir a la creación de empleo y al progreso económico y social del Estado, así como la transición hacia la digitalización y la economía verde. Y si hay incumplimientos y se acciona el freno de emergencia, el programa en cuestión será sometido, en un máximo de tres meses, a una discusión exhaustiva por parte del presidente del Consejo Europeo, para que después la Comisión Europea tome una decisión y pueda paralizar los desembolsos.

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