Conviviendo con la incertidumbre

El catastrofismo nunca es un buen consejero, pero la frivolidad tampoco. En marzo se demostró que los mensajes sedantes de las autoridades retrasaron la toma de medidas que podrían haber reducido la tragedia humana y económica

13 mayo 2020 16:10 | Actualizado a 19 mayo 2020 11:40
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Uno de los factores definitorios del actual clima social es la sensación de incertidumbre ante el futuro que nos aguarda en diversos frentes. Encogerse de hombros es la respuesta habitual de la ciudadanía cuando es preguntada sobre el modo en que imagina los próximos meses o años, una mezcla de resignación ante una realidad inédita y de desconfianza frente al alud de informaciones contradictorias que se multiplican diariamente.

Algunas autoridades llevan semanas intentado atribuir este desconcierto a la propagación de bulos malintencionados por los más variados canales. Sin duda, estamos asistiendo a un auténtico festival de fake news, pero achacar la desorientación transversal a esta exclusiva circunstancia supondría hacernos trampas al solitario. Por un lado, la propia situación genera de por sí dudas fundamentadas, y por otro, la forma en que se han gestionado determinas cuestiones tampoco ha ayudado a desterrar la inquietud.

En efecto, no tenemos ni idea de cuándo se podrá controlar la pandemia, existen diferencias sustanciales en los plazos previstos para lograr una vacuna, no sabemos qué pasará con las empresas de nuestro entorno y los puestos de trabajo que dependen de ellas, nadie nos aclara qué podremos hacer este mismo verano, las instituciones se pasan la patata caliente cuando se exigen responsabilidades, gran parte de la normativa desarrollada resulta confusa e interpretable, los medios de comunicación dibujan un panorama diametralmente opuesto dependiendo de su línea editorial… Todo esto podría ser más o menos digerible, pero incluso a los científicos les cuesta ponerse de acuerdo sobre lo que nos espera en el ámbito estrictamente sanitario.

Por poner un ejemplo, el pasado viernes se filtró a los medios un informe de la Jefatura de Sistemas de Información, Telecomunicaciones y Asistencia Técnica (JCISAT) que todos pudimos leer. Los autores de este estudio defendían que no dispondremos de un remedio contra el coronavirus hasta el año 2021, y aun así, «ninguna vacuna ofrecerá un 100% de protección». En cuanto a la evolución de la pandemia a corto plazo, el texto sostenía que «el calor ralentizará su expansión, pero no la detendrá completamente. Habrá una segunda ola de Covid-19 al final del próximo otoño. Posiblemente esto mismo se repita en el invierno siguiente». El análisis llegaba a la inquietante conclusión de que la normalidad sanitaria no se alcanzará hasta 2022, aunque la intensidad de estos dos rebrotes no será como la actual, «porque enseguida se tomarán medidas de confinamiento fuertes». Es decir, que según estos expertos, volveremos a sufrir un encierro forzoso dentro de unos meses. Malos augurios.

De forma prácticamente simultánea, recibí por Linkedin una reciente entrevista del diario ABC a Alexánder Chuchalin, jefe del departamento de terapia hospitalaria de la Universidad Nacional de Investigación Médica Pirogov de Moscú. Según este prestigioso neumólogo, «sabemos mucho sobre el Covid-19: conocemos su peso molecular, su estructura, sus ancestros genéticos, los lugares donde se produjeron las mutaciones, y la forma en que penetra en el cuerpo». Chuchalin se mostraba optimista sobre el fin de la pandemia. «El SARS, el MERS y el Covid-19 son evoluciones de un mismo virus con genomas distintos. La epidemia de 2002 duró tres meses y medio, y la de 2012 casi cuatro. La actual empezó a mediados de febrero, así que en junio tendremos que ver una normalización. Para entonces dispondremos de inmunidad colectiva o de grupo». Además, frente a quienes afirman que las dinámicas propias del siglo XXI nos abocan a la convivencia recurrente con pandemias globales, el científico ruso sostenía que «no volverá nada parecido hasta dentro de una década». Buenos augurios.

Poco después de leer estas reflexiones, cayó en mis manos la revista XL Semanal, que incluía otra entrevista sobre el tema. En este caso, el protagonista del reportaje era Mariano Esteban, jefe del Grupo de Poxvirus y Vacunas del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC. Este reconocido especialista defendía tajantemente que «habrá rebrotes. Ya los ha habido en Asia, debido a que es imposible mantener selladas las sociedades. Necesitamos prepararnos para brotes de mayor y menor intensidad». También compartía la opinión de quienes denuncian un debilitamiento de nuestra resiliencia colectiva: «Le han cortado los pies a nuestro sistema sanitario y hay que recuperarlo, fortalecerlo de nuevo». Semejante diagnóstico no resultaba precisamente tranquilizador al combinarlo con la convicción de que el Covid-19 atacará de nuevo. Malos augurios otra vez.

Son sólo tres ejemplos que ilustran las incertidumbres que genera esta crisis de cara al futuro, no sólo desde una perspectiva económica, sino también desde una óptica estrictamente médica. En cierto modo, se está reproduciendo el debate que vivimos en febrero, cuando algunos alertaban sobre una inminente catástrofe vinculada a aquel extraño y lejano virus de Wuhan, mientras otros apenas le daban importancia. ¿Los próximos coletazos de la pandemia serán meramente anecdóticos, o lo más probable es que tengamos que volver a confinarnos? ¿Hay riesgo de nuevo colapso sanitario? ¿Se obligará a las empresas a volver a cerrar? ¿El verano supondrá el fin de la pesadilla o sólo una pausa? Acertar en la respuesta a estas preguntas resultará fundamental, pues determinará la estrategia idónea en ámbitos como el aprovisionamiento hospitalario, la reactivación económica, el sistema educativo, la política fiscal, la normativa laboral, la atención geriátrica, la movilidad transfronteriza, etc.

El catastrofismo nunca es un buen consejero, pero la frivolidad tampoco. En marzo se demostró que los mensajes sedantes de las autoridades retrasaron la toma de medidas que podrían haber reducido la tragedia humana y económica que hoy tenemos sobre la mesa. Reconstruyamos lo destruido con la esperanza de que todo saldrá bien… pero preparémonos individual y colectivamente por si los malos augurios vuelven a cumplirse.

Dánel Arzamendi es colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.

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