Durante años nos hemos enfrentado al abismo de sacar un periódico sin aprovechar ni una línea del número anterior. Al llegar la revolución del ordenador, en los primeros tiempos pasábamos noches de angustia porque se nos borraban textos ya escritos mientras se acercaba la hora del cierre.
Los días peores eran cuando, por causa de la tormenta, se iba la luz y se perdían páginas enteras que no se habían guardado. Los informáticos avisaban a veces a voz en grito: «¡Guardar!», porque unas baterías podían almacenar los contenidos si se actuaba a tiempo. Era como en la guerra, cuando hay que esconderse en el refugio antes del bombardeo.
En noches de tormenta, como la anunciada estos días, aún me acuerdo desde la cama de aquellos tiempos cambiantes.