El tripartito que formó la derecha al aparecer Vox al tiempo que decaía cuantitativamente Ciudadanos fue ideológicamente combatido por quienes, puritanos demócratas (y a mucha honra), siempre pensamos que a la extrema derecha había que confinarla y aislarla, como se hace por ejemplo en Francia o en Alemania. Pero en honor a la verdad, hay que decir que la foto de Colón no suscitó gran rechazo popular entre la clientela conservadora de las tres formaciones. Vox y sus inefables estridencias pasaban relativamente inadvertidas en una amalgama que en todos los casos ofrecía el rostro de una coalición PP-Cs, aunque tales gobiernos solo fueron posibles gracias a los votos de Vox (Andalucía, Madrid, Murcia).
Con ocasión de la pintoresca moción de censura de Vox, el PP rompió amarras con la extrema derecha, a la que denigró en público con palabras rotundas. Muchos respiramos aliviados ya que este país necesita una derecha democrática incontaminada y libre de las rémoras inaceptables del neofascismo e ideologías afines. Y ahora, Ciudadanos ha roto abruptamente con el PP en Murcia, lo que ha animado a Ayuso a expulsar del gobierno de la Comunidad de Madrid a Cs y a convocar elecciones.
En definitiva, en la derecha ya nadie se habla (teóricamente) con nadie. Y aunque los políticos son maestros en hacer de la necesidad virtud, la situación es claramente insostenible. Porque, además, no parece que Arrimadas esté dispuesta a que Cs desaparezca en brazos del PP, ni que Casado consiga reunificar la derecha atrayendo a los prófugos del PP que se fueron a Vox. La coyuntura es compleja, y en todo caso es la izquierda la que teóricamente se beneficia de tanta ineptitud.