¿Diálogo para besugos?

Rajoy no contempla que sus interlocutores quieren hablar fuera de sus límites

19 mayo 2017 17:06 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:58
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Así comenzaban, en los años 50, los insuperados «Diálogos para besugos», que publicaba la revista de humor DDT. Eran siempre el desencuentro entre dos personas dispuestas a hablar pero enmarañadas en lo absurdo de unas palabras huecas. Nunca se pondrían de acuerdo ni, lo que es peor, ni siquiera llegarían a saber de qué querían dialogar. Otra maravilla de la literatura costumbrista española. Desde entonces, siempre que alguien busca diálogo y encuentra el disparate como respuesta dice que ha entrado en un diálogo de besugos.

La palabra diálogo es, en estos momentos de cierta desorientación política en las Cortes españolas, la que más se usa y se gasta. La primera piedra de este caso es que llevamos más de un mes oyendo promesas de diálogo entre el Gobierno y Catalunya, pero nadie ha sacado todavía la agenda para marcar cita. Hay incluso una ministra y vicepresidenta encargada de esta tarea, pero todavía no ha hecho más que repartir sonrisas.

Segundo desconcierto: la ministra choca con su jefe de partido en Catalunya, el disparatado García Albiol, que parece no querer enterarse de que toca sonreír al menos antes de que los diálogos comiencen.

Por encima de estos dos políticos, Rajoy ha dejado claro que «será un diálogo abierto dentro de unos límites». Una contradicción perfecta: abierto pero con límites. Muy gallego. No contempla precisamente que sus interlocutores quieren hablar afuera de esos límites. Es decir, que el diálogo –si nos atenemos a lo que dicen ambas partes– es imposible.

Al otro lado de la mesa o la taza de café está Oriol Junqueras, un hombre que sonríe siempre, incluso cuando dice las cosas más rotundas y trascendentales, pero también un hombre inamovible en su punto de partida. Es decir, que no hay diálogo posible ni mucho menos un punto de encuentro. Ambos negociadores van al fracaso más absoluto, a tenor de lo que dicen Junqueras, Puigdemont y su equipo de gobierno.

Podemos concluir que para este viaje no harán falta estas alforjas. ¿Por qué, entonces, el Gobierno insiste en los del diálogo? Sólo hay una respuesta: está seguro de convencer a su interlocutor. Con una batería de ofertas que suenan a más autonomía. Para el Gobierno, una exhibición de magnanimidad. Pero para el Govern, más de lo mismo. En esta especie de viaje por el cosmos, en la Moncloa hablan de hacer parada en la luna, mientras en la Plaça Sant Jaume están ya en Marte o Júpiter.

Quizás los que contemplamos la escena somos unos ingenuos y nos creemos que Puigdemont, Junqueras y la CUP que les apoya quieren hablar de cómo lograr la independencia de forma no traumática, cuando en este asunto hay una trampa y los dirigentes catalanes se tragarán cuanto han dicho y aceptarán un concierto económico o lo que les pongan delante. O quizás, como creemos firmemente por cuanto hemos escuchado, en la Plaça Sant Jaume no habrá marcha atrás.

Es evidente que en este tema, el Gobierno central llega tarde, casi con la función acabada. Pero también es cierto que les ha costado mucho moverse hacia posiciones que hasta hace poco parecían irrenunciables. Por ejemplo, ya hemos pasado de oír que «la Constitución no se toca» a escuchar «vamos a reformar la Constitución», aunque con matices que levantan sospechas. Así, la presidenta del Congreso, Pastor, ha señalado eso de «reformar», en lugar de «revisar», añadiendo que «no se puede modificar al margen de la misma». La señora Pastor no se ha leído bien la Constitución, ya que el artículo 168 habla tanto de «reforma» (para la que se necesitan inicialmente tres quintas partes de apoyos parlamentarios), como de «revisión total» (para la que se necesitan tan sólo dos terceras partes). Una revisión total no tiene márgenes. Como siempre, los políticos hablan mucho de la Constitución mientras evidencian conocerla a medias

Pero no parece que desde los partidos que apoyan al Govern el tema esté en reformar o revisar totalmente la Constitución. En aceptar o no cuanto les ofrezcan sus interlocutores. El tema es que han avanzado hasta el punto de «no return», esa luz roja que se enciende en la cabina del piloto del avión, cuando este ya va lanzado por la pista, indicándole que sólo puede hacer una cosa: despegar. No puede abortar el despegue, frenar y quedarse en tierra. «No return», despegue. Si no se despega, el tortazo está garantizado. ¿Podrán las ofertas de Sáenz de Santamaría frenar el despegue? ¿O tendremos un diálogo para besugos que acabará con el inevitable «Buenos días» al que el otro responderá con un «buenas tardes»?

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