Dinosaurios en el ruedo

Un vegano puro no debería viajar en transportes que funcionen con derivados del petróleo

31 julio 2017 11:55 | Actualizado a 31 julio 2017 11:56
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Una cosa es cambiar de era y otra muy distinta entrar en una nueva civilización. Aunque lo primero ha sucedido, reemplazar lo segundo exige que la vieja religión sea sustituida por una nueva que rellene el hueco de la espiritualidad perdida. La gente joven que, ha perdido sus valores con los dioses, como el de la dignidad humana, necesita adscribirse a un grupo, creer más que pensar, y enamorarse de una idea, pues no solo de pan vive el hombre. 

Uno podría pensar que en este nuevo mundo de pájaro en mano difícilmente encontraremos una nueva deidad que ofrezca ciento volando, pero cometerá el error de no considerar que el sentido inicial de las religiones no fue tanto superar la frustración de la muerte, como establecer un patrón social de comportamiento que nos permitió, dando crédito al mismo relato, confiar en nuestros semejantes. 

Paradójicamente a medida que proliferan los soportes en la nueva era digital, aumenta la incultura de la tribu y se instala en la sociedad el dogmatismo: un termino de procedencia religiosa que significa que las ideas no pueden ser contrastadas pues quien no acepta el dogma (antitabaco, hembristas, animalistas, ecologistas y demás …ismos), es un hereje que ha de ser exterminado. Solo así se entiende que si un niño enferma terminalmente y declara que su sueño sería ser torero, una mujer le tuiteara antes de que Adrián muriera: «Chico, qué quieres que te diga, si has de vivir para matar herbívoros inocentes, mejor te mueres». O que a un matador mejicano al que un astado le introdujo treinta centímetros de cuerno por el esfínter, otro antitaurino le mandara un cariñoso mensaje de aliento: «All you need is love». 

Hace meses sucedieron dos hechos que nos pueden dar idea de por dónde pueden ir los tiros en la nueva acción pastoral. El primero, la expulsión en un restaurante vegano de Tarragona de una mujer que sacó un biberón de leche de vaca para alimentar a su bebé. La segunda bala llevaba escrita las iniciales de un cocinero que colgó orgulloso en su Facebook la foto de un cochinillo asado: los animalistas sintientes, sufriendo la cocción en su piel como los mártires que asaron en la parrilla en la era diocleciana, le reventaron el restaurante en el Trip Advisor. 

Dice la poeta polaca Wislaba Szymborska que el planeta azul rotaba silencioso por la galaxia, pero se ha convertido en una bola charlatana y de alguna manera parece que la flecha del tiempo está invirtiendo el sentido de la marcha. Hemos hecho tanto daño a la Naturaleza y a las Criaturas desde que somos sus amos y señores, que la redención de los hombres sin esperanza de trascender va a pasar por entonar el mea culpa. Lejos de desalmarnos a todos, ya dos Papas han reconocido que los animales tienen un soplo de vida (casi alma) y que irán con nosotros al cielo, regresamos a la rama empatados con la falsa esperanza de que pudiéramos volver a empezar nuestra relación con ellos. 

El viaje nos sitúa en las gradas de un circo de Roma donde comenzó la civilización anterior abucheando a los cristianos que jugaban sucio contra los leones hambrientos. Seguimos hasta Creta, verdadero germen de nuestra cultura, y esta vez entramos en el ruedo cuadrado del Palacio de Knossos con una cuadrilla hombres y mujeres que por entonces no levantaban metro y medio del suelo. Los cretenses idolatraban al toro y para honrarlo intentamos ‘el salto de Evans’ volteando elegantemente sobre sus cuernos mientras los cretinos lo jalean y los penitentes lo lamentamos en la arena agonizando, abiertos en canal. Incluso podemos seguir reculando hasta las primeras religiones que adoraban a los animales salvajes cuando la caza no era una sección del hipermercado. 

Dinosaurios en el ruedo es una campaña antitaurina de una oenegé francesa en la que un torero atraviesa incluso la propia presencia del hombre y lidia, banderillea y descabella a un dinosaurio que, aparte de sensibilizarnos contra el maltrato animal, nos hace pensar que un vegano puro no debería viajar en transportes que funcionen con derivados del petróleo. 

Hace no mucho tiempo que las personas hacen más daño a los semejantes con los papeles de un acta de inspección que con un zarpazo, y basta ver a los refugiados detrás de una verja mirándonos como hienas para abrazarse al animalismo: no se soporta ver atunes rojos en una jaula o felinos feroces comiendo de la mano de una viejecita. El problema es que no quedan bestias para reverenciar, por cada kilo de animal salvaje hay diez de hombres y animales domésticos, y es que las especies que aún están sobreviviendo las hemos convertido en una pandilla de figaflors. 

Y como tampoco podemos mirar al astro rey que nos regala la vida porque también la Humanidad se ha cargado la atmósfera, quedan las tortugas para expiar las culpas. Aunque sea cuestión de fe que regresen con tanto excremento de perro por la arena que mengua sin que nadie se planteé qué pasaría si desapareciera la materia prima del turismo de Sol y Playa. El tiempo continua inexorable en la única dirección, presentimos que, aunque pastemos lechuga, hemos alcanzado un angustioso punto de no retorno; el caldo de cultivo de cualquier devoción cuando los incrédulos empezamos a recelar de todo. 

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