Dos opciones

Durante la noche electoral las miradas deberán estar atentas a dos cuestiones fundamentales: por un lado, si el tripartito de izquierdas suma, y por otro, cuál es la formación independentista más votada.
 

07 febrero 2021 16:34 | Actualizado a 07 febrero 2021 16:44
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Uno de los reproches que la ciudadanía plantea recurrentemente en todas las campañas electorales es la falta de claridad de los partidos sobre su estrategia de alianzas posterior al cierre de las urnas. Sin embargo, no todas las formaciones adoptan la misma actitud cuando se les pregunta sobre futuros pactos. Básicamente, podemos encontrar tres formas de responder a esta cuestión.

Por un lado, tenemos a las fuerzas políticas que escabullen el bulto porque saben que, contesten lo que contesten, afectará negativamente a sus expectativas electorales. De cara al inminente 14F, probablemente sería el caso de los socialistas. Si apostasen por una coalición de gobierno constitucionalista, perderían al sector de votantes que jamás les perdonaría un acuerdo con la derecha españolista. Y si reconociesen que están hipotéticamente abiertos a un pacto con los republicanos, el caudal de papeletas que esperan recibir desde Ciudadanos menguaría significativamente.

En segundo lugar, existen formaciones que rechazan explícitamente en público la posibilidad de conformar determinadas mayorías que internamente consideran perfectamente viables, incluso deseables. Me atrevería a afirmar que es el caso de ERC, una fuerza aparentemente cerrada a entenderse con «los partidos del 155», cuando el horizonte de un tripartito de izquierdas transversales constituye un escenario perfectamente posible. Sin embargo, sus líderes no pueden reconocerlo abiertamente, porque el resto del independentismo haría su agosto electoral con semejante confesión.

Con el resultado de ambas variables, probablemente podamos hacernos una idea clara sobre los partidos que conformarán la coalición de gobierno que liderará Catalunya durante los próximos cuatro años

Y, por último, tenemos dirigentes que dicen la verdad sobre cuáles son sus socios potenciales preferentes, pero no porque sean más sinceros que los anteriores, sino porque no existe ninguna alianza alternativa a su alcance. Probablemente sea el caso de Junts per Catalunya, una candidatura que apuesta decididamente por un frente independentista. ¿Qué formación constitucionalista se aventuraría a pactar con una fuerza controlada por un tipo como Carles Puigdemont? Existe un principio estoico para describir esta transparencia inevitable: hacer de la necesidad virtud.

Son infinitas las combinaciones de partidos que podríamos poner sobre la mesa, si nos limitásemos a analizar la cuestión desde una perspectiva estrictamente matemática. Sin embargo, aunque el torbellino político en el que nos hallamos inmersos impide afirmar nada de forma tajante, parece poco razonable admitir que haya más de dos posibles mayorías parlamentarias tras los comicios del próximo 14F.

La primera opción es repetir un ejecutivo como el actual, con la participación activa o pasiva de ERC, JxCat y CUP, quizás con el apoyo puntual de los Comuns. Semejante escenario nos abocaría a una cronificación de la parálisis política que padecemos desde hace una década, y agudizaría la creciente pérdida de competitividad y protagonismo de Catalunya que resulta ya más que evidente. Al margen del requisito de sumar mayoría absoluta, ¿qué resultado favorecería esta posibilidad? Probablemente, un triunfo de ERC que le permitiera arrebatar a Waterloo el liderazgo del nuevo gobierno.

La alternativa sería el ya apuntado tripartito de izquierdas, con republicanos, socialistas y comunes. Esta coalición de gobierno evoca recuerdos agridulces de su anterior edición, aunque difícilmente perjudicaría aún más la preocupante situación económica e institucional que han acarreado las dinámicas derivadas del Procés, pues al menos acabaría con el frentismo de los últimos ejecutivos nítidamente rupturistas. Además de sumar, ¿qué factor facilitaría este pacto? Quizás, aunque no necesariamente, un claro triunfo electoral de JxCat, que impidiera a ERC asumir la presidencia de un eventual gobierno independentista, pues son muchos los republicanos que prefieren liderar un gabinete con los socialistas que seguir siendo la comparsa de Puigdemont.

El Partido Popular y Ciudadanos llevan semanas intentando convencer a su electorado sobre la viabilidad de construir, como tercera posibilidad, un ejecutivo nítidamente constitucionalista en la Generalitat. Su voluntarismo es envidiable, pero en mi modesta opinión, esta opción parece una quimera. Por un lado, las encuestas auguran una nueva mayoría secesionista en el Parlament. Y por otro, aunque hubiese un vuelco, la conformación del sudoku alternativo no tendría la más mínima solidez. Es lógico asumir que el independentismo rechazaría al unísono cualquier iniciativa del bloque contrario, por lo que la aprobación de cualquier medida exigiría concitar el apoyo de un espectro ideológico que iría desde Vox a los Comuns. ¿Alguien cree honestamente que esta fórmula es realista?

Aunque resulta entretenido especular con cábalas imposibles, las opciones realmente viables parecen bastante limitadas, a la vista de las tendencias que apuntan todos los estudios demoscópicos: hundimiento de Ciudadanos en favor del PSC y Vox, freno a la remontada del PP por la irrupción de la ultraderecha, etc. En ese sentido, durante la noche electoral las miradas deberán estar atentas a dos cuestiones fundamentales: por un lado, si el tripartito de izquierdas suma, y por otro, cuál es la formación independentista más votada. Con el resultado de ambas variables, probablemente podamos hacernos una idea clara sobre los partidos que conformarán la coalición de gobierno que liderará Catalunya durante los próximos cuatro años (o, mejor dicho, durante el tiempo que se soporten mutuamente).

En este contexto, es previsible que algunas candidaturas sufran agriamente un fenómeno cada vez más habitual: el voto útil. En el entorno soberanista, esta realidad explica las modestísimas expectativas que las encuestas otorgan a PDeCAT y PNC, pese a existir una importante bolsa electoral que se adecúa milimétricamente a sus postulados. Por su parte, en el bloque contrario, la previsible concentración de voto en el PSC, en detrimento de PP y Ciudadanos, se deriva de la convicción generalizada de que los socialistas son los únicos constitucionalistas con posibilidades reales de ser influyentes durante la próxima legislatura. En el fondo, salvo sorpresa mayúscula, lo único que se decidirá el próximo domingo es quién gobernará con ERC.

*Dánel Arzamendi es colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.

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