El Tren-Tram y la falacia del Nirvana

Lo que  propone este proyecto no es un tranvía urbano ni un tren de cercanías, sino un modelo híbrido  que permite compatibilizar el acceso al interior de los núcleos de población y las ventajas del tren en espacios abiertos
 

14 marzo 2021 16:58 | Actualizado a 14 marzo 2021 17:04
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Voltaire afirmó acertadamente que lo mejor es enemigo de lo bueno. Este aforismo constituye un acertado resumen de la falacia del Nirvana, una falsa dicotomía que plantea la defensa de una opción idealizada -pero inviable en la práctica- y la usa como arma arrojadiza para atacar o desechar una alternativa positiva pero imperfecta -aunque mucho más realista-.

El Diari Oficial de la Generalitat ha publicado recientemente el anuncio por el que se somete a información pública el estudio del nuevo tren-tranvía del Camp de Tarragona, que uniría el triángulo geográfico situado entre Tarragona, Reus y Cambrils. El proyecto prevé aprovechar el trazado recientemente liberado entre esta última localidad y Salou, implantando una decena de estaciones en la zona. Desde allí se crearía una nueva vía hasta Vila-Seca, con tres paradas más, donde el sistema se conectaría con la red de Adif para llegar hasta Tarragona y Reus.

Debatamos todo lo que haya que debatir, analicemos todo lo que haya que analizar, reclamemos todo lo que haya que reclamar… pero no arruinemos algo bueno porque exigimos lo perfecto

Sin duda, el anteriormente denominado Tramcamp ofrece un horizonte vertebrador para la movilidad en el disperso Camp de Tarragona, con la posibilidad de unir (a medio o largo plazo) los principales núcleos urbanos de la zona, el aeropuerto, la estación de Perafort, los campus universitarios… Sin embargo, el proyecto presentado muestra también algunos inconvenientes dignos de reflexión: la actual saturación de la vía de Adif que formará parte de la red, la integración de esta infraestructura en los centros neurálgicos de la capital y de Reus, etc. Porque, efectivamente, lo que se propone no es un tranvía urbano ni un tren de cercanías, sino un modelo híbrido (Tren-Tram) que permite compatibilizar el acceso al interior de los núcleos de población y las ventajas del tren en espacios abiertos.

Uno de los principales reproches que se ha lanzado contra la Generalitat ha sido el absoluto desprecio mostrado por el Govern hacia el territorio que acogerá esta infraestructura, como puso de relieve el alcalde Pau Ricomà hace unos días en estas mismas páginas. De la mañana a la noche, se ha dado un plazo de treinta días para plantear alegaciones a un proyecto descomunal que marcará el futuro de la movilidad en el Camp de Tarragona, evidenciando por enésima vez el ninguneo sistemático del que nuestras comarcas son objeto desde los despachos de Barcelona.

En un intento por responder con agilidad a este reto, el Ajuntament ha organizado un taller participativo de análisis donde expertos en la materia e interesados en el tema, tanto corporativos como individuales, pueden compartir y confrontar sus conocimientos y opiniones sobre el plan. En este interesante foro telemático, al que estoy teniendo el placer de asistir, se están poniendo de manifiesto dos actitudes diametralmente opuestas: la de quienes consideran que se trata de un proyecto inaceptable (algunos por convicción personal, otros por evidentes intereses en el sector), y la de quienes, aceptando que se trata de un modelo mejorable, consideran absurdo rechazar una propuesta de este calibre en un territorio que lleva décadas sufriendo un abandono imperdonable en inversión ferroviaria.

Este debate me recuerda una situación parecida que se vivió en Vitoria-Gasteiz hace un par de décadas. Hacía pocos años que se había inaugurado el nuevo metro de Bilbao, donde se había echado la casa por la ventana, con el flamante diseño del arquitecto británico Norman Foster. A diferencia de lo que ocurre en otros lugares, el ejecutivo autonómico vasco ha mostrado siempre una preocupación constante por evitar los agravios comparativos entre capitales, y había que pensar cómo evitar las susceptibilidades de donostiarras y gasteiztarras. En el caso de San Sebastián, el objetivo parecía claro: transformar el antiguo Topo en un metro interurbano para la conurbación que se extiende desde la propia capital guipuzcoana hasta la localidad francesa de Hendaya. Esta infraestructura, actualmente en proceso de ampliación, es ya una moderna y exitosa realidad.

Sin embargo, no era tan evidente qué hacer en Vitoria. La capital vasca, pese a ser mayor que San Sebastián, carecía de un área metropolitana que justificase la construcción de un metro estándar (máxime teniendo en cuenta que la ciudad se construyó sobre una gigantesca maraña de acuíferos y ríos subterráneos, que le permitió contar con casi cuatrocientos pozos de agua hace ya dos siglos). La única alternativa posible consistía en desarrollar una red de tranvía de superficie, un proyecto que el Gobierno Vasco presentó a bombo y platillo. Sin embargo, la acogida a pie de calle fue muy desigual, con agrias críticas por el fondo y la forma de la propuesta. Sin embargo, sólo había dos opciones: o se aceptaba la idea, introduciendo todas las mejoras posibles, o se perdía la inversión. Finalmente, triunfó el pragmatismo y el tranvía se puso en marcha. Pese a las reticencias iniciales, actualmente esta infraestructura es utilizada por los vitorianos de forma masiva, y la red se amplía imparablemente con nuevas líneas que van cubriendo una gran parte de la trama urbana.

No cabe la menor duda de que el proyecto presentado por la Generalitat, al margen de unas formas que dejan mucho que desear, muestra diversos puntos manifiestamente mejorables. Sin embargo, en mi opinión, la exigencia de estas modificaciones nunca debería poner en peligro la propia implantación del Tren-Tram. No sería la primera vez que las discusiones de gallinero local hacen descarrillar oportunidades que habrían cambiado positivamente la fisonomía y las posibilidades de nuestro territorio. Debatamos todo lo que haya que debatir, propongamos todo lo que haya que proponer, analicemos todo lo que haya que analizar, reclamemos todo lo que haya que reclamar… pero no arruinemos algo bueno porque exigimos lo perfecto. La falacia de Nirvana es eso, una falacia. No volvamos a perder el tren.

*Dánel Arzamendi, colaborador de Opinió del ‘Diari’ desde hace más de una década, ha publicado numerosos artículos en diversos medios, colabora como tertuliano en Onda Cero Tarragona, y es autor de la novela ‘A la luz de la noche’.

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