El arte francés de la cólera. El grito es siempre la señal de un cambio de época

La rabia provoca la política, no la anula. En Francia, a nadie se le ocurre pensar que miles de personas manifestándose es, sólo, un problema de orden público. Nuestros vecinos, a la cólera, le dan respuesta

23 octubre 2019 08:00 | Actualizado a 23 octubre 2019 10:56
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Por chiripa y gracias a la generosidad de mis padres, tuve la suerte de poder pasearme por París en la que sería mi década más crédula —la pura adolescencia— sabiendo que estaba viviendo de segunda mano la historia de otros. Pasé unos meses en París con 14 años. Malaprendí francés y de nada me sirvió para leer a Proust, porque a Proust no hay quién lo lea y quién diga lo contrario miente. Ahí se me quedó congelado París, lleno de cursilería bohemia, de ganas de perpetuar un pasado ya ido.

La ciudad a la que llegué hace tres años parece haberse esfumado entre el plomo de sus eternamente bellos edificios-mausoleo. Los barrios se vaciaron de adentro afuera con la llegada de Airbnb, y por sus calles patrullan más soldados que en la frontera entre las dos Coreas.

De la queja Francia extrae revoluciones y declaraciones de los derechos humanos, cosa que nos facilita la vida al resto

¿Qué pasó con París? Pasó que se reventó la burbuja de la cultura de élite. Algo que aquí llamaríamos «el oasis catalán». Pasó que la Francia extramuros, por fin, inundó París vestida de amarillo. Primero pasó Charlie Hebdo, y los ataques de noviembre del 2015. Pasó Niza y ahora está, de nuevo, pasando la cólera, la ira, la rabia y la impotencia. Las manifestaciones de los bomberos, de los abogados, de los policías, de los funcionarios, de los maestros, de los agricultores, de los médicos, de toda la clase media que ve como su futuro ha dejado de ser plácido.

El francés sublima el arte de la queja, de la cólera y de la rabia. De ellas extrae revoluciones y declaraciones de los derechos humanos, cosa que nos facilita la vida al resto.

Pasa en Francia lo que pasa hoy en nuestra calles catalanas, o si me dejan ir más lejos, en las calles del Santiago de Chile, en las de Beirut y por supuesto en las de Hong Kong. Pasa que el siglo XXI nos rebasó y ni nos dimos cuenta. Nuestros parámetros de antes -el andamiaje del pensamiento ilustrado- ya no nos sirven para entender lo que está pasando y lo que está por venir. Nos hemos quedado ausentes, meros observadores de un futuro que se construye sin previsión. La historia se precipita sin control, y el miedo se apodera de nosotros.

Aquí del grito hemos pasado a ocupar las calles, a no querer abandonar la cólera como la única forma de política que nos queda

Emmanuel Macron, cada vez que se le pone un micrófono delante, repite sin descanso el mantra francés por excelencia: la República es la seguridad, la sanidad y la educación. Y, tras un invierno y una primavera con las calles secuestradas por los chalecos amarillos, Emmanuel Macron, respondió con la política. El sacrosanto rey jacobino, ante el jaque, optó por el dialogo. Tanto es así que hoy, en Francia, te montan una mesa redonda cada cinco minutos para debatir desde las pensiones, hasta la necesidad o no de circular a 80km/h en las carreteras nacionales.

España, la copia mala

Mientras, aquí en España, la copia mala de Francia, judicializamos la política, sacralizamos el orden público en aras de una seguridad que nadie puede garantizarnos e imponemos identidades a quienes no las necesitan.

Nos pasamos el tiempo gritando consignas, algunas salidas del manual del perfecto «escolanet». Y del grito hemos pasado a ocupar las calles, a no salir de ellas, a no querer abandonar la cólera como la única forma de política que nos queda. Siempre seremos un reflejo distorsionado de Francia. En Francia, la cólera, es un tesoro nacional, y a nadie se le ocurre pensar que miles de personas manifestándose es, sólo, un problema de orden público. En Francia, a la cólera, se le da respuesta.

La cólera provoca la política, no la anula, no la ahoga. Porque no hace falta compartir las razones para saber que el grito es siempre la señal de un cambio de época.

* Periodista. Nacida en Tarragona, Natàlia Rodríguez empezó a ejercer en el ‘Diari’. Trabajó en la Comisión Europea y colabora en diversos medios. Vive entre París y Barcelona.

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