El color del petróleo

12 agosto 2020 08:10 | Actualizado a 12 agosto 2020 08:19
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El pasado 25 de julio navegaba por el océano Índico el buque Wakashio, un Bulk Carrier construido en el 2007 apto para transportar carga a granel o más concretamente, un Capesize Bulker por ser de gran tamaño.

Zarpó de Singapur destino Tubarao en lastre con un ETA a Brasil, esto es, tenía previsto llegar a su destino, el 13 de agosto. Sin embargo, la tarde del 25 de julio embarrancó frente la isla Mauricio. Su señal SIA, Sistema de Identificación Automática, empezó a detenerse a las 17:30 UTC, serían las 19:30h locales.

La trayectoria para dejar la isla por estribor dejaba un resguardo de separación de sonda cero de apenas dos cables, esto es, poca profundidad.

El Derecho de Paso Inocente del Convenio de las Naciones Unidas de 1982, en inglés UNCLOS, the United Nations Convention on the Law of the Sea, permite a los buques transitar por aguas territoriales de los países rivereños, y así debió trazar la derrota, pero teniendo en cuenta que se trata de un buque de casi 300 metros de eslora, parece poco resguardo para una zona de arrecifes de coral. Sus veinte tripulantes tuvieron que ser evacuados y el buque permaneció en la zona abandonado.

Que el Wakashio enarbole pabellón panameño no es noticia pues entra dentro de los estándares, o subestándares de la flota mundial. Que sus tripulantes fueran de la India, Sri Lanka y Filipinas, tampoco, pues son ya nacionalidades comunes entre marinos.

Pero lo que sí es noticia es que llevaba 200 toneladas de diesel y 3.800 de fuel y que, tras casi quince días de permanecer solo, encallado, y azotado por fuertes mareas, el casco se ha agrietado por estribor empezando a derramar combustible negro sobre las bellísimas aguas turquesas y esmeraldas de la isla.

El buque yace cerca de Pointe d’Esny, una zona de humedales próximo a un parque natural. Especies autóctonas de gran valor ecológico dónde los isleños viven de la pesca y el turismo que genera este ecosistema único. Imágenes aéreas hieren cualquier sensibilidad que imagine el paraíso con esas tonalidades.

Se desconocen las causas del accidente, una investigación a posteriori la determinará. Por el momento, son datos objetivos que el buque partía de otra mancha en su expediente, unas deficiencias detectadas en el MOU, Memorándum de París, que conlleva una exhaustiva inspección oficial y cuyos puntos negros podrían estar relacionados con las cartas náuticas deficientes o no puestas al día y el descanso de la tripulación, entre otros.

La población se ha volcado para intentar limpiar y confinar la mancha con barreras de fortuna, sin skimmers ni medios de contención avalados por ninguna certificación, ellos mismos han confeccionado barreras a base de mallas rellenas de cáñamo. Admirable empeño del voluntariado cuando lucha contra una marea negra.

Hasta ahora se han derramados mil toneladas, es la cuenta atrás para que el casco no empeore y libre el resto de hidrocarburo. La amenaza está latente ante la previsión meteorológica para los próximos días. El armador del buque, Nagashiki Shipping, se responsabiliza inclinando el torso en señal de pedir perdón, mientras aseguran que se desplegarán medios para evitar la catástrofe.

Otros episodios de contaminación por hidrocarburos han llamado la atención de la opinión pública durante este año tan estrellado. El 29 de mayo, en Siberia un depósito de gasóleo cedió vertiendo más de 21 mil toneladas al río Pyasina. Unas imágenes satelitarias tintan el río que desemboca en el Océano Ártico en rojo: se estima que la recuperación puede alargarse una década.

A mediados de julio, el decadente buque tanque Safer, de 350 metros de eslora, fondeado y abandonado desde hace más de cinco años en la costa de Yemen con 1,1 millones de barriles de crudo a bordo, volvía al periodismo al detectarse una fuga. Si el petrolero se parte en dos, el vertido supondría 4 veces más del derrame que produjo el Exxon Valdez. La pérdida de biodiversidad del Mar Rojo necesitaría treinta años para rehabilitar la normalidad al ecosistema.

En los tres episodios, la solución llega tarde y con el agravante que precede a la dejadez dilatada en el tiempo, que pasa factura.

Mientras el petróleo siga moviéndose por el mundo y mientras aún dependamos de él, tener más controlada y atada su gestión es una responsabilidad que va más allá del lugar dónde ocurra. Dependemos tanto de los combustibles fósiles, que no se atina o no se quiere atinar en el cálculo del valor del daño causado versus los beneficios que nos aportan.

Y presionamos más que cuidamos nuestro ecosistema. Cuando el color del petróleo es el de los petrodólares, el color del mar deja de ser azul.

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