El crimen de Cuenca

Registrarán su ADN para investigar futuros delitos, como permite el nuevo Código Penal

19 mayo 2017 22:02 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:28
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Sergio Morate pasará a la historia como ese ser abyecto que todos tememos que se cruce en la vida de nuestras hijas. Según apuntan todos los indicios, el 6 de agosto asesinó en la tranquila Cuenca a su exnovia, Marina Okarynska, y a la amiga de ésta, Laura del Hoyo, de 26 y 24 años, y las enterró cubiertas de cal viva en una poza del nacimiento del río Huécar. El individuo (condenado anteriormente por secuestro y maltrato de otra expareja) huyó a Rumanía, donde fue detenido el jueves 13 y desde donde, en breve, será extraditado a España.

El hecho dará que hablar durante años. Pero al margen de otras consideraciones, me interesa poner el acento en dos aspectos: si habrá o no cadena perpetua para Morate, y el enorme avance experimentado por las técnicas de investigación criminal en los últimos tiempos.

Pese a lo que muchos sostienen, Sergio Morate se librará de cadena perpetua, a menos que las autopsias de Laura y Marina revelen que las agredió sexualmente. La prisión permanente revisable (nuestro sucedáneo de cadena perpetua) entró en vigor el 1 de julio pasado y sólo se puede aplicar a asesinatos en los que concurra alguna de estas circunstancias: que la víctima sea menor de dieciséis años o especialmente vulnerable; que se cometa tras agresión sexual; que lo ejecute un miembro de organización criminal; que se mate a más de dos personas; que la víctima sea un jefe de Estado; y los casos más graves de genocidio o crímenes contra la humanidad.

A nuestro ‘angelito’ probablemente le caerán en torno a cincuenta años de prisión (veinticinco por cada asesinato). Además, le tomarán muestras biológicas para obtener su ADN, aún contra su voluntad, e introducirlo en la base de datos policial para investigar futuros delitos, como permite el nuevo Código Penal en supuestos de condenados por delito grave contra la vida, si hay peligro relevante de reiteración delictiva.

Cometido el doble crimen, Sergio Morate huyó de España. Fue seguido por la policía a través de un móvil recién comprado, que no conectó hasta cruzar la frontera de Portbou, siendo detenido en Lugol (Rumania), el pueblo de un excompañero de cárcel. Este modus operandi policial evidencia el enorme avance de las técnicas de investigación criminal en las tres últimas décadas, propiciado fundamentalmente por el ADN y por las nuevas tecnologías.

El ADN es la madre de todas las pruebas judiciales. Y extrajudiciales, pues con este método, por ejemplo, se han podido obtener datos que se remontan a Tutankamón, hace más de tres mil años, con una curiosa conclusión: el perfil genético de este faraón, según los investigadores, es el mismo que el del 50% de los europeos varones, lo que significa que comparten ancestro común.

En el ámbito judicial existe un antes y un después del ADN. Antes, muchos crímenes quedaban impunes o, lo que es peor, se condenaba erróneamente a quien no lo había cometido. Tras la aparición del ADN la policía española resuelve en torno a dos mil violaciones, homicidios y robos al año a través del nuevo método. Y es que, como dice Moisés Peñalver, antiguo redactor de judiciales del Diari, el casposo no puede ser delincuente. Hay voces que piden la incorporación del ADN al documento de identidad de cada ciudadano, de la misma manera que ahora lleva nuestra huella dactilar, algo que limitaría sensiblemente nuestros derechos.

Pero el ADN no sirve solo para condenar, también para demostrar la inocencia. La ONG Innocence Project, por ejemplo, ha salvado en los últimos veinte años unos 300 condenados, al demostrar su inocencia con el ADN. En algunos casos, después de pasar media vida en el corredor de la muerte.

Las nuevas tecnologías son otra fuente abundante de pruebas para la investigación de los delitos. La telefonía que, como hemos visto, le jugó una mala pasada a Sergio Morate: permitió seguirle el rastro hasta Rumanía, dará información complementaria muy valiosa sobre a quién llamó durante los fatídicos días, cuándo y desde dónde. Y lo que hablaron quedará grabado, pues es de suponer que todos sus teléfonos y los de sus familiares estaban intervenidos. Y esto sin contar que cada ciudadano lleva una cámara en el móvil desde la que puede fotografiar al instante cualquier suceso. Otro tanto ocurre con Internet, en cualquiera de sus vertientes: Faceboock, YouTube, Twitter… Por último, no ebe olvidarse el beneficio que para la investigación proporcionan las cámaras de seguridad, mudos testigos distribuidos por las ciudades, que acusan con tanta contundencia que suelen ser irrefutables.

Vaya, que hoy Alfred Hitchcock lo tendría chungo para llevar al cine Crimen perfecto, su obra maestra. En cambio, el crimen de Cuenca ofrece material para una película, y no es improbable que algún director emule a Pilar Miró, que llevó a la pantalla otro caso famoso ocurrido en aquella tierra hace ya tiempo.

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