El criterio estético de Artur Mas

El criterio estético de Mas no se sintió ofendido por el escándalo de los Pujol

19 mayo 2017 23:32 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:38
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Artur Mas ha sido testigo de excepción de los últimos años de Jordi Pujol en el poder ya que fue consejero de Política Territorial y Obras Públicas (1995-1997), consejero de Economía y Finanzas (1997-2001) y conseller en cap (2001-2003), todo ello bajo la presidencia de Pujol; jefe de la oposición entre 2003 y 2010 y presidente de la Generalitat desde 2010. Ha estado, en definitiva, moviendo personalmente los hilos de los grandes centros de decisión mientras supuestamente la familia Pujol se enriquecía, quizá mediante el cobro de comisiones a concesionarios; mientras Prenafeta y Alavedra ejercían de conseguidores en la política catalana; mientras el Palau de la Musica se continuaba vaciando de la mano de Félix Millet y de numerosas familias de la gran burguesía catalana. Parecería que aquel joven avispado, casi el octavo hijo, adoptivo en este caso, de la familia Pujol, debería haberlo visto todo desde sus privilegiadas atalayas.

Pues no. Artur Mas no sospechó absolutamente nada pese a la vida dispendiosa de algunos vástagos de Jordi Pujol, que paseaban por Barcelona en Ferraris de primera mano como le recordó Albert Rivera. No vio cómo se pagaban/cobraban comisiones a mansalva para conseguir concesiones y adjudicaciones, a las que ya no acudían los constructores que no estaban dispuestos a ceder a la corrupción -algún ilustre empresario no tiene hoy día empacho alguno en reconocer que en aquella época él no podía trabajar en Cataluña porque se negaba a la exacción que pretendían algunos aprovechados comisionistas-. Tampoco oyó Artur Mas, seguramente, los rumores que circulaban con profusión. Y, como añadió Rivera en una de sus interpelaciones, “es difícil creer que una persona competente e inteligente” como Mas “no se enterase nada”.

Mas ha pretendido, en fin, salir indemne de la prueba, pero eso no es posible. Porque no sólo se trata de los delitos concretos que el propio Pujol ha confesado o que los fiscales están investigando: es que había en esos años una decadencia moral ostensible, evidente, que al parecer tampoco vio el actual presidente de la Generalitat. La pregunta que le dirigió Oriol Amorós, de Esquerra Republicana, fue demoledora: “¿No le parece feo que haya al menos seis miembros de la familia Pujol que tengan directa o indirectamente ingresos provenientes de la contratación pública?”. La respuesta fue tortuosa pero fácil de resumir: no, el criterio estético de Mas no se sintió ofendido por aquella evidente confusión entre lo público y lo privado que sólo podía terminar como ha concluido, en medio de un colosal escándalo.

La sociedad catalana puede haber estado en parte alienada por el sobrecalentamiento soberanista pero no puede pasar por alto toda esta falta de sensibilidad, de ética, que descalifica a una organización y a unas personas que han convivido con la cochambre mientras lanzaban a los cuatro vientos su moralina nacionalista. ¿Cómo extrañarse de que el ‘proceso’ esté declinando hasta su próxima y completa consunción?

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