El domingo que viene

La gente está de acuerdo en dos cosas: en que hay que votar y en que no sabe a quién

19 mayo 2017 22:47 | Actualizado a 22 mayo 2017 18:14
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El resultado de las elecciones es siempre una lotería y sin duda por eso nos están poniendo la cabeza como un bombo. Todos los partidos políticos tienen razón y a ninguno le falta, pero se trata de distribuirla y hay demasiada confusión. «¡La transparencia, Dios, la transparencia!», gritaba Juan Ramón Jiménez cuando habitó entre nosotros. A pesar de ser un místico, sabía indignarse y tuvo que irse de su patria porque aquí le corrían malos vientos y había mucha corriente. El aire, que nunca se está quieto del todo, se puede llevar las papeletas de dos millones y medio de indecisos y dejarlas en otro sitio. Nunca ha habido, desde que tenemos derecho a opinar, tantos residentes en la duda, que es una vacilación del ánimo que también acoge a la gente desanimada. Nada menos que Séneca recomendaba las fluctuaciones del espíritu, elegir el azar, pero nos estamos pasando. La gente está de acuerdo en dos cosas: en que hay que votar y en que no sabe a quién. Y eso sí que es una papeleta.

Los quinielistas se apoyan en la estadística, que según algunos es el matrimonio de la aritmética con el capricho y según otros es la ciencia según la cual todas las mentiras se vuelven cuadros sinópticos. El que lo tiene más claro es el líder de Podemos, que quiere que todos le votemos a él. Pablo Iglesias está honradamente persuadido de que el populismo de izquierdas es la clave para el cambio que también desean las personas de centro y de derecha. En un alarde de sinceridad, convaleciente de la herida de Monedero, acaba de afirmar que la pureza ideológica no existe en política. Ya don José Ortega lo había dicho de otra manera, pero tras pensarlo y sufrirlo bastante más intensa y dolorosamente al proclamar que la política es una tarea desalmada que se nutre de personas secundarias. Debemos votar, aunque sea a Bríos, que no sé si es un dios mitológico o una de esas deidades de temporada, para andar por casa, pero no para volver a las andadas.

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