El drama de la inmigración. Jack Bauer en el Gurugú

Palazón y Maleno. La criminalización y persecución de entidades e individuos que buscan ayudar a migrantes y refugiados, una vuelta de tuerca más en un mundo que pierde decencia

18 enero 2018 11:48 | Actualizado a 18 enero 2018 12:13
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Conocí a Jack Bauer en el Gurugú, en Nador, Marruecos. Su cometido era, como buen Bauer, arriesgado, se jugaba la vida. Fue hace siete años y desplegaba un físico imponente, alto, de voz gruesa. Le entrevisté, junto a la fotógrafa Anna Surinyach, bajo la lluvia y él se protegía con dos pantalones, anorak, gorro de lana y guantes de trabajo cuyo cometido no era sólo dar calor. Mostraba heridas, cicatrices de cortes y carne desgarrada. 

Nuestro Bauer no era yanqui, ni un agente antiterrorista, aunque compartía con el protagonista de la serie 24 el saltarse cosas: el Bauer de ficción, la ley; nuestro Bauer, la valla de Melilla. El Bauer de ficción pretendía salvar el mundo o algo así en 24 horas. Nuestro Bauer, salvar su vida cada, tal vez, 24 días, en cada intento de eludir a la policía marroquí y a la Guardia Civil, a la que denunciaban que una vez en España les devolvían a Marruecos. Nuestro Bauer y sus compañeros vivían en el monte, mendigaban y comían despojos de los mercados. Nuestro Bauer usaba sus guantes para protegerse de la valla, armada con cuchillas. Bauer era camionero en su país (Guinea) y quería serlo en Alemania. Necesitaba sus manos enteras. 

Una ruta despiadada

Saltar la valla era difícil. Pero los que lo intentaban, preferían las cuchillas al mar. Eso requería pagar a las mafias y/o salir a pecho descubierto. El mar daba miedo. Mucho. Entonces no se había abierto la ruta de Libia. Lo haría tras la sangrienta caída de Gadafi y es una ruta despiadada, que se ha cobrado miles de muertos, la mayoría ahogados, muchos asfixiados por el hacinamiento en lanchas, por los humos del combustible, la piel quemada por gasoil y agua de mar. La ruta Libia forzó a las ONG a hacerse anfibias, a fletar barcos, junto con los de salvamento oficiales. De Libia llegaban testimonios atroces, de tortura, esclavismo, prostitución forzada. 

Durante un tiempo, dejamos de oír hablar de Marruecos, de la asociación Prodein, en Melilla (vecina de Nador), que denuncia la situación y también la voz de Helena Maleno, de Caminando Fronteras, que alertaba de chalupas en el Estrecho. 

Perseguir al que ayuda

Este es un mundo de moral pervertida, ejemplificada  en el encumbramiento como líder de los Estados Unidos de un millonario supremacista blanco, machista, ignorante y hortera; este es un mundo que confunde solidaridad con condescendencia; éxito con riqueza; bondad con buenismo; ética con estética; periodismo con «consumo de información»; este mundo de decencia corrupta, que jalea la represión, la tortura y el asesinato,  el «a por ellos» constante, no solo anuncia más vallas, sino que no duda en castigar a los refugiados (¿a quién se le ocurre sufrir por una guerra?) y perseguir al que busca ayudar

En Europa, acusaron a algunas ONG en el Mediterráneo de ser cómplices con las mafias. Hace unos días, tras la muerte de dos menores custodiados en Melilla, el consejero de Bienestar Social, Daniel Ventura, atacaba a José Palazón, responsable de Prodein, quien «no existiría si no hubiera saltos y niños en las calles». 

La semana pasada, Helena Maleno declaró ante los tribunales marroquíes  por supuesta connivencia con las mafias. La judicatura se basa en un informe de las autoridades españolas sobre la activista, que alerta de lanchas en apuros en el Estrecho. El teléfono de Maleno es seguramente tan conocido entre los que pretenden cruzar por mar como los consejos que se ofrecen entre ellos los que saltan la valla: espera a Ramadán, una noche sin luna, hazlo en grupos grandes, usa escaleras, sube mantas para tapar las cuchillas, corre en cuanto llegues al otro lado.

No sé nada del Jack Bauer del monte Gurugú. Espero que pilote un camión alemán de 24 toneladas. Espero que Helena Maleno y José Palazón resistan. Espero que un día alguien abra un debate real sobre migración que ahonde más allá de vallas y cuchillas. Espero que retorne la decencia. Y que ningún Jack Bauer tenga que usar un nombre de ficción para proteger su identidad por miedo, por intentar ser ave migratoria y no disponer de alas.

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