El ‘e-mail’ más esperado

Dentro de las múltiples actividades que se organizan para los representantes de los países miembros de la Asamblea del Consejo de Europa "tuve una oportunidad conmovedora"

27 julio 2017 10:51 | Actualizado a 27 julio 2017 11:13
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La semana pasada asistí con la delegación española a la Asamblea del Consejo de Europa que se convocó en su sede de Estrasburgo. Dentro de las múltiples actividades que cada trimestre se organizan para los representantes de los 47 países miembros, tuve una oportunidad conmovedora. Conocí a Daryl, un chico angoleño de 16 años. Empezamos a hablar y, según el programa que ha organizado la entidad que coordina la actividad, él hace de libro y yo hago de lector de su historia. Un libro que empieza muy tímido hasta que empieza a abrir sus páginas. 

Daryl y su hermana de 19 años dejaron Angola en un avión. Sus padres habían vendido su casa para poder pagar el viaje. Ni sus padres, ni su hermana, ni el propio Daryl sabían a dónde iba ese avión. Me explicó que tenía miedo, que no sabía nada, que estaba asustado. Sabe que hizo escala en dos países diferentes pero no sabe en cuáles. Sí sabe que su destino final acabó siendo Estrasburgo, donde las autoridades de la región les acogieron en sus instituciones. Desde febrero Daryl no ha podido ver a su hermana.

Tal y como me explicó la responsable del programa de acogida de menores, ellos sólo habían recibido a Daryl y no tenían constancia de ningún familiar, ya que las redes de acogida para menores y para mayores son diferentes. Me comentó que el gobierno francés está trabajando en que haya comunicación y me dio la sensación de que, probablemente, las instituciones estén desbordadas pese al incansable trabajo de una legión de voluntarios.

Ni sus padres, ni su hermana, ni el propio Daryl sabían a dónde iba ese avión

Desde aún antes, cuando empezó su epopeya en diciembre, Daryl no sabe nada de sus padres; no sabe nada de su hermana desde abril; su hermana no sabe nada de él y, estremecedor, sus padres no saben si sus hijos están sanos y salvos. El de Daryl es un caso entre un millón, todos con sus circunstancias diferentes, muchas de ellas probablemente más extremas. Muchos menores no saben ni siquiera cómo se llaman sus pueblos de origen.

Daryl ahora está feliz. Ya no tiene miedo. Me explica que la directora del centro que comparte con otros quince chicos de países como Siria o Georgia les anima a estudiar, a aprender o mejorar su francés, a ir al colegio. Está decidido a hacer contabilidad porque me dice que «j’aime bien les chiffres». La apretada agenda del Consejo de Europa hace que tenga que ponerle un punto al libro de Daryl. Le doy mi tarjeta de visita. Le explico que ahí tiene mi e-mail. Que espero que me envíe dos e-mails. El primero cuando obtenga su diploma. El segundo cuando obtenga su primer empleo.

Me haría tanta ilusión.

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