El enclave catalán

19 mayo 2017 20:30 | Actualizado a 22 mayo 2017 07:54
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Se llaman enclaves los territorios pertenecientes a una entidad política que se encuentran en el interior de otra circunscripción administrativa, bien sea ésta nacional o internacional, y que además se encuentran rodeados por tierra completamente por ella (’enclavados’). En cierta forma también lo son los territorios terrestres separados por el agua del sitio al que pertenecen y rodeados total o parcialmente por otra entidad (como serían Ceuta, Melilla o Gibraltar), y las islas. Tanto de unos como de otros se puede escapar, al menos en teoría, atravesando el mar; pero en los verdaderos enclaves, los completamente terrestres, te puedes quedar encerrado como una rata.

Hay enclaves dentro de un país y países que son enclaves en si mismo (como la ciudad del Vaticano o San Marino). Pero los más interesantes son con mucho los que se encuentran situados en el territorio de otro Estado. La zona rusa de Kaliningrado en un ejemplo.

En España tenemos varios locales, como el Rincón de Ademuz (situado en Teruel) que el rey Jaime I El Conquistador adscribió en el año 1260 al Reino de Valencia; aunque el único enclave internacional propiamente dicho se encuentra en Cataluña. Se trata del Llívia que formaba parte del Condado español de la Alta Cerdaña, cedido a Francia en 1660 en su totalidad con la excepción del enclave.

Los enclaves son una anomalía a las reglas de la lógica territorial, excepciones que deben su origen generalmente a algún conflicto bélico o social mal digerido y peor resuelto, que siempre nos recuerdan que está ahí y que puede volver a reproducirse la segunda guerra mundial empezó por un enclave (la ciudad de Danzig, hoy Gdánks) y acabó con la creación de otro (la parte occidental de Berlín rodeado por todas las partes por la República Democrática de Alemania).

Los enclaves tienen mucho de absurdo y al mismo tiempo de romántico y de pasado glorioso o mítico. Hay personas que se dedican a coleccionarlos, como otros sellos. La primera vez que conocí a Jorge Sánchez (un catalán nacido en Hospitalet de Llobregat), que es uno de los grandes viajeros de nuestra época, me contó que el único país del mundo que le quedaba por conocer (según una lista particular de un club de viajeros) era el enclave de Cabinda (perteneciente a Angola pero dentro de la República del Congo). No sabemos si eso era lo que buscaba cuando con doce años se escapó de casa y en vez de irse a la vuelta de la esquina como haría cualquier niño de su edad apareció en un lugar del Sahara dirigiéndose a un destino desconocido.

Algunos por extensión hablan de enclaves cuando un grupo político, étnico o religioso se encuentra dentro del territorio de otro grupo distinto más numeroso. Si los enclaves territoriales no dejan de ser una solución mejor o peor a un problema concreto, estos ‘enclaves ideológicos’ tienen difícil remedio y son el origen de múltiples conflictos que se reproducen cada cierto tiempo como la hidra. Líbano en el fondo más que un Estado es una suma de este tipo de enclaves. Y la ‘cuestión de Nagorno- Karabaj’, que empezó siendo un problema étnico (una comunidad armenia dentro de la comunidad azerí) y acabó convirtiéndose en algo que no sabemos muy bien qué es, pero en la que necesitas tu correspondiente visado para entrar y sobre todo para salir.

Jorge Sánchez escribe libros de viajes relativos a la «gloriosa ruta», como la llama, de los Tercios españoles del Duque de Alba desde Milán hasta los Países Bajos o a los desconocidos ‘Grandes Exploradores españoles por el Pacífico’. Otro amigo, que también persigue sus propias obsesiones, acabó hace unos años escribiendo una novela en que relata una conspiración interna que acaba asesinando al Rey y proclamando la República catalana.

El actual Gobierno nacionalista de Cataluña ha creado a cargo del dinero de los contribuyentes una flamante Consejería de Asuntos Exteriores. El Gobierno central ha hecho un amago de impugnación ante esta nueva ‘estructura de Estado’, que le ha crecido como los enanos, pensando que siempre las relaciones exteriores corresponden en exclusiva al Estado central, sea éste autonómico, federal o confederal.

Realmente en la enumeración de los enclaves se suelen omitir unos muy particulares, que también en el fondo y en cierta forma lo son: las embajadas y las naves y aeronaves, Todos estos sitios gozan del derecho de extraterritorialidad, es decir, que se consideran que forman parte del país que representan o del de la bandera que portan. Mucho me temo que la nueva Consejería catalana le queda todavía un largo camino que recorrer, porque si en alguna ocasión se ven en un aprieto en el extranjero, no se equivoquen, olvídense de las banderas y de sus pensamientos, y acudan a un verdadero enclave, es decir, a la Embajada del Reino de España. Lo demás es perder el tiempo y el dinero.

Últimamente también mis dos especiales amigos han llegado a sus particulares enclaves. Sánchez afirma con seguridad, aunque no sé si en serio, que si Cataluña se independizara debería proclamarse ‘el enclave español de L’Hospitalet de Llobregat’ y defiende el suajili como una de las lenguas propias del lugar. Y el otro amigo, que empieza a ver que lo real es siempre distinto de lo imaginado, ha acabado por reconocer que el mejor de todos los enclaves es la casa de cada uno, donde uno es rey y señor. No se conocen entre ellos pero quién sabe si no llegarán al final a coincidir en sus ideas.

Esperemos que no acabemos entre todos convirtiendo Cataluña en una sucesión de enclaves de todo tipo y de los que no puedas salir salvo que vengan a buscarte.

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