El final de ETA

ETA está definitivamente derrotada y no parece existir riesgo alguno de una reviviscencia de la organización terrorista. No dispone de medios humanos ni materiales, ni existe el caldo de cultivo social que podría darle alguna oportunidad. Sin embargo, falta todavía archivar este episodio sórdido de la historia de España, que a punto estuvo de impedir la democracia y que ha causado la más colosal tragedia de los últimos cincuenta años de España. Tiene, pues, todo el sentido la propuesta del gobierno vasco, en manos del PNV, de contribuir al cierre de la dramática maquinación homicida a través de la disolución definitiva de la organización criminal por iniciativa de los últimos que aún ostentan las siglas, seguida del reconocimiento del daño causado y de la consiguiente petición de perdón a las sociedades vasca y española, todo lo cual debería recibir, como respuesta del Estado, el acercamiento de los presos de la banda a Euskadi y la transferencia de la competencia de prisiones al ejecutivo vasco, según prevé el propio Estatuto de Autonomía. Un pacto entre el presidente Rajoy y el presidente de Euskadi, Urkullu, podría ser resolutivo en este asunto, al tiempo que serviría para facilitar un acuerdo de gobernabilidad en el Estado. No se ven las razones que podría haber para resistirse a esta última prueba de cordura de los demócratas frente al terror.