El fracaso de la Feria de Abril en Tarragona

19 mayo 2017 22:57 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:26
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El fin de semana del 17, 18 y 19 de abril, asistí un par de días a la llamada Feria de Abril que se celebraba en la plaza de toros. A mi juicio lo que allí se ofrecía, más que una feria, era un espectáculo ferial, de ahí su fracaso.

La Feria de Abril sevillana o la de mayo de Jerez, como la de otras tantas poblaciones andaluzas, nacen de la segunda acepción de la palabra feria, «mercado de mayor importancia que el común». La primera es día de fiesta, utilizado aún en Portugal como el día festivo (día feriado). Al llegar la primavera los pequeños ganaderos, y de los grandes, los capataces , se trasladaban a las ciudades con feria de ganado tratando de hacer negocios con vacunos y equinos, etc.; durante los cinco o seis días que duraba la feria, se instalaban en casetas donde una vez terminada la tarea comercial junto con amigos se tomaban copas, charlaban y algún sueño se oía en el aire a través de palos y coplas. Poco a poco el pueblo llano se fue incorporando al festejo hasta llegar a deslumbrar a un catalán y a un vasco que atentos al negocio y observando la cantidad de personal que la feria del ganado reunía, decidieron montar atracciones y tiovivos para distraer al público. Más adelante se incorporó al festejo la alta burguesía y la nobleza, ellos disfrazados de vaqueros andaluces (traje corto) y ellas con el traje de campesinas que terminaron llamando de faralai. Las mozas después de Semana Santa, una vez compartido el rosco, consolidaban sus sentimientos bailando sevillanas pa baila, o con amor prestaban atención a las letras de sevillanas pa escucha, nunca se pagaba por participar en la fiesta, pues el propio pueblo era quien la creaba.

Opino que esta falta de fiesta popular y de participación es la causa de la poca presencia de público que observé. Como decía José M.ª Pemán, «Feria de Jerez, rumbo y donaire de una raza vieja, que se gasta cinco duros en vinos y almejas y vende una cosa que no vale tres». Una opinión.

Pablo Martín de Madariaga

(Tarragona)

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