El grito del silencio

Con la paz no se juega y con la guerra perdemos todos. Somos más fuertes que el miedo

19 mayo 2017 21:00 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:13
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Lo qué pasó en París, en Madrid, en EEUU, Gaza, lo qué pasó en Kenia, en Mali, en Siria, en Líbano, en Nigeria, en Iraq, en Egipto, en Casablanca, en Libia, en el Yemen, en Borma y la lista continua, no tiene nombre.

Con voz muy alta tenemos que gritar «¡No al terrorismo!», condenamos todo tipo de actos terroristas y repudiamos toda vinculación entre la religión y el terrorismo ya que el terrorismo no tiene religión.

Me atrevo a decir que esta corriente o secta es una nueva religión de una nueva especie humana. Una especie que tiene por fin hacer el mal, provocar el dolor y sembrar el terror y con ello hacer desaparecer la paz en los rincones del mundo.

Los terroristas son terroristas y punto. No tienen otro nombre que terroristas. El terrorismo no tiene religión ni nacionalidad. Su patria esta en cualquier lugar, sus medios son desconocidos, sus víctimas somos todos nosotros y su forma de hacer es difícil de prever.

Todo el daño que causa, lo sufrimos todos nosotros y que toda muerte es una pérdida de todos. Toda pérdida humana como consecuencia de los ataques de los verdugos, tiene el mismo valor. Nada justifica que las muertes de París o de EEUU tienen más valor que aquellas muertes de Gaza, de Siria, de Iraq, etcétera.

Los terroristas, amantes del dolor y de la desgracia, no nos pueden vencer porque somos más fuertes que ellos porque somos libres y muchos más fuertes que el miedo que ellos nos quieren sembrar. Nosotros los demócratas somos capaces de hacer frente a esta secta de la desgracia y tenemos medios. Nada tiene que ver con el material bélico. Nuestro medio más efectivo reside en implantar políticas de unidad y de cohesión social. Tan simple como esto.

El terrorismo es cobarde y se cuece en la oscuridad y para atacarlo y neutralizarlo debemos evitar su transmisión a jóvenes inocentes y a los más vulnerables. Debemos fomentar una política de valores y de la igualdad de oportunidades.

En la actualidad, el poderoso o el ser poderoso ya no es poderoso ni tan poderoso. Y si lo cree, debería dejar de hacerlo y revisar sus cuentas. Los acontecimientos han demostrado qué nadie está a salvo por mucho poder militar o bélico que pueda tener.

La solución no está en los ataques y los bombardeos en respuesta a los atentados de París. Sería un error tomar esta decisión por qué el terrorismo no tiene un lugar concreto ni es visible. Es más, esta precitada respuesta puede contribuir en crear más enemigos y fomentar el sentimiento de la venganza. No queremos más odio ni más muertes, solo queremos vivir en paz.

No sería idóneo responder a los atentados de París mediante bombardeos en Siria. Qué culpa tienen los sirios y especialmente al hospital de niños, si el terrorista que mato a los 130 está en casa?

El mundo ya no es lo que era antes del 11S de 2001. La Sociedad internacional debe convertirse en comunidad internacional. Tenemos un enemigo en común y las políticas que debemos adoptar contra el terrorismo deben contar con la colaboración de todos los estados. Es más, no solo esto sino, las políticas en general, dirigidas a velar por la paz en el mundo, deben ser cohesionadas y consensuadas.

La paz no es una cuestión únicamente de unos cuantos estados sino es una cuestión de toda la comunidad internacional.

Ahora y más que nunca, se debe iniciarse una nueva etapa consistente en contar con la opinión de todos y de todos los estados. No cabe exclusión alguna. Sabemos muy bien que por mucho poder que podemos o podríamos tener, somos vulnerables ante una minoría de unos sin razón. Hay que cortar de raíz a este miserable y macabro fenómeno. No hay una varita mágica pero considero pertinente la revisión de nuestros papeles que hemos desarrollado hasta ahora. Estoy haciendo referencia a las políticas en general empezando por las políticas sociales, de relaciones internacionales y de cooperación y acabando con las relaciones económicas.

Los estados comerciantes del material bélico, aunque soy contrario a este tipo de comercios, deben asegurarse de sus compradores. A estos comerciantes les invito a reflexionar y a tomar conciencia que, como consecuencia de sus comercios y sus continuas negligencias, el mundo ha perdido muchas vidas y se han destrozado muchas familias.

Para concluir, no voy a pasar de largo sin denunciar lo siguiente. Estoy harto de escuchar tantas barbaridades dirigidas a acusar al Islam como el único culpable de los males que pasan en el mundo. Es absolutamente injusto. Ninguna religión en el mundo permite matar ni invita a hacer el mal. Una cosa es la religión musulmana y la otra son los actos del musulmán. Sería un grave error juzgar la religión musulmana en base de los actos de los que la profesan o de los que se identifican como musulmanes.

No podemos caer en la tentación. Hay muchos que comercian con la fe y utilizan la religión en beneficio propio. A estos debemos apartarlos de la gestión de los asuntos religiosos y estos son el peligro ya que suelen utilizar cualquier cosa para continuar enriqueciéndose.

El Islam como cualquier otra religión, excepto la nueva secta, invita a la paz y rechaza la guerra. El Islam llama a la convivencia y a la reconciliación y repudia la conflictividad. El Islam llama a hacer el bien e impugna hacer el mal. Por lo tanto, cualquier acto que atenta contra el sentido común o va dirigido contra la humanidad, contraviene al fin perseguido por el mismo. Nadie esta legitimado a defender el Islam ni hablar en su nombre porque el Islam defiende y ha defendido a asimismo hace más de 15 siglos. El Islam es inocente de los actos macabros que se manifiestan en su nombre. A aquellos que lo hacen deben ser perseguidos y todo el peso de la ley debe caer sobre ellos.

No sería admisible ni justo que lo más indicado como culpable de la desgracia de París, es la religión musulmana. Rechazo rotundamente esta idea. Ahora bien, es innegable que la gestión de los asuntos religiosos debe alejarse de las manos de las asociaciones o fundaciones. Con la fe no se juega y mientras no se tome en serio esta cuestión, la fractura social no dejara de aumentar. Para ello, invito a los gobiernos occidentales a seguir la gestión de los asuntos religiosos llevada a cabo en Marruecos. A mi entender, sería el ejemplo a seguir.

Espero qué estas desgracias que nos ha tocado vivir nos sirven para unirnos no solo en frente a los terroristas sino contra todo aquello que, por mínimo que sea, afecte a la paz en el mundo, a la humanidad y a la dignidad humana. Con la paz no se juega y con la guerra perdemos todos.

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