El harakiri del independentismo

Las luchas intestinas entre los partidos del Govern agudizan la inacción ejecutiva. El país funciona por inercia

 

10 octubre 2018 19:37 | Actualizado a 10 octubre 2018 19:45
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La profunda división del independentismo quedó perfectamente evidenciada en la sesión del Parlament de Catalunya de ayer tarde. Las diferencias entre Junts per Catalunya y ERC han llevado a ambos grupos a sacrificar la mayoría absoluta de la que disfrutaban en la cámara catalana antes que ceder en sus respectivos planteamientos. Junts per Catalunya permanece inalterable en su estrategia de confrontación con los poderes del Estado, sin atener a las consecuencias que puedan derivarse de su proceder. Así, los cuatro diputados de JxC (Puigdemont, Rull, Turull y Sánchez) se han negado a traspasar su escaño y han persistido en la fórmula de cesión de voto que la Mesa del Parlament no ha aceptado con los votos de PSC y ERC, con el presidente de la cámara Roger Torrent a la cabeza. Los republicanos consideran agotada la cuota de martirio y nadie quiere afrontar una querella que daría con sus huesos en la cárcel. El dictamen de los letrados del Parlament corrobora que desoír las resoluciones del juez Llarena conduce inexorablemente a la comisión de un delito. ERC ha dejado claro por boca de su líder encarcelado, Oriol Junqueras, y de los máximos órganos de dirección del partido que la estrategia en estos momentos obliga a centrarse en conseguir la liberación de los encarcelados y profundizar en la acción de gobierno para ganar adeptos y ensanche la base del independentismo. Todo lo contrario de  lo que sostiene JxC que, con Puigdemont moviendo los hilos desde Waterloo, aboga por recrudecer el enfrentamiento con el fin de atraer el foco de atención internacional y forzar al Estado a mover ficha. De momento, la división en los partidos que forman el Govern de Catalunya sólo conduce a incrementar la inacción ejecutiva. Los esfuerzos del Ejecutivo catalán están concentrados en las luchas intestinas, mientras nadie afronta las necesidades del día a día, la mejora de los servicios y las reivindicaciones ciudadanas más elementales. El país funciona por inercia, hasta que se acabe el impulso, que de seguir así, se acabará a no tardar.

 

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