El honor del conde Arnaldo

La mascarilla por sí misma no libra del tufo que han dejado, para siempre, el largo secuestro de la Constitución por el PP y la bajada de pantalones de PSOE y Podemos
 

16 noviembre 2021 11:00 | Actualizado a 16 noviembre 2021 11:18
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¡Hola vecinos! Aprendimos quiénes eran los hombres de negro, los préstamos tóxicos, las hipotecas subprime y los hermanos malasombra: o sea, los Lehman Brothers. Supimos lo que supone aplanar la curva, el gel hidroalcohólico, un bicho llamado pangolín o los agentes patógenos, a los que Dios confunda. Sabemos qué es una fajana, el tremor, los piroclastos y la palmaria diferencia que existe entre una erupción vulcaniana o una estromboliana, que no comprendo cómo ignorábamos algo tan evidente. Pero esto es un no parar. Tras asimilar la crisis económica, una pandemia y un volcán pertinaz, ahora toca tragarse sapos viscosos a lo crudo, pronunciar ‘ido-nei-dad’ de corrido sin trabucarnos y taparnos la nariz, tocha o napia con una pinza clásica de las de tender ropa, a causa del tufo a basura que de repente se ha esparcido por todos los territorios de la España, ya sea vacía, vaciada o sin vaciar. Qué peste, puargh.

El honor del conde Arnaldo es un astracán en dos actos, obra de Ricardo Menor Hernández. El astracán, en el ámbito literario, se fundamenta en un género en el que hacer chistes con los nombres y apellidos, los juegos de palabras, las deformaciones del lenguaje y las situaciones disparatadas y absurdas, son recursos habituales. Teatro cómico. Parodia. Hacer reír incluso a costa de la verisimilitud argumental. El astracán representa el optimismo, el afán de vivir, la risa interminable, el alejarse de los dramas cotidianos. En la línea de La venganza de Don Mendo -astracán en cuatro actos- de Pedro Muñoz Seca.

De antes, atesoramos el Romance del Conde Arnaldos, joyita del romancero medieval español. Arnaldos va de caza, ve acercarse a la costa una galera y a bordo un marinero cantando, al que pregunta qué canta. El marinero da una respuesta que ha hecho historia en la lírica castellana: «Yo no digo mi canción, sino a quien conmigo va». Ni Arnaldos, ni conde, ni infante, ni que fuera la mañana de San Juan. El marinero pasa del pollo pera que lo quiere saber todo.

Y ahora otro Arnaldo, éste contemporáneo y real, de carne y hueso, que no es conde pero sí esconde. Esconde una historia de adhesión ideológica, partidista, activa, cómplice y no muy limpia. La esconde pero ahí está. Y con esa historia ha llegado Arnaldo a formar parte del Tribunal Constitucional mediante una pirueta que es un astracán, pero en malo. Sin gracia, sin comicidad alguna. Una historia que da para un romancero medieval del caciquismo patrio, de la maniobra política disparatada y absurda cantada por los juglares y trovadores que son hoy los medios independientes de información. Gracias a los medios de información sabemos que Arnaldo no representa la ‘ido-nei-dad’ que exige el TC, que va a haber que incorporar el ‘Sapo fresco con reducción de bilis’ a los menús de diario caseros y de restaurante y que, ahora que el uso de la mascarilla se empezaba a relajar un poco, llega la necesidad de ponerse una pinza de tender en la nariz. En interiores, en exteriores, con convivientes y hasta para dormir. Sin una pinza en la tocha, el hedor terminará por consumirnos.

La industria de la pinza, ya sea la tradicional de madera o la más colorista de plástico, ambas con su muellecito en medio, está de suerte. Ya verás qué pronto comienzan a escasear las pinzas y sube su precio de forma alarmante. Fijo que vienen de China y los chinos para el negocio son más listos que el hambre. Los EPI (equipo de protección individual) quedarán desfasados sin una pinza. Gorro, gafas, guantes, mono, calzado, mascarilla y pinza. La mascarilla por sí misma no libra del tufo que han dejado, para siempre, el largo secuestro de la Constitución por el PP y la bajada de pantalones de PSOE y Podemos. Es imprescindible la pinza y espero que, más pronto que tarde, Fernando Simón, la ministra de Sanidad o, si es necesario, el propio presidente del Gobierno de la Nación, comparezcan para dar instrucciones sobre el uso obligatorio de la pinza. Obviamente, aparecerán las corrientes negacionistas. Habrá acaso manifestaciones, caceroladas, sobre todo en Madrid. Gente inconsciente que no calibra el peligro que corre. Una vez que se huele tan de lleno el fétido aroma de la política que solo aspira a gobernar al margen de la decencia ética y estética, la pituitaria ya no se recompone. La decepción se instala en el cerebro, el descorazonamiento arrasa el organismo, se sufre como una puñalada trapera en la conciencia. Si te tragas el sapo, es peor. El sapo repite mucho. La pinza higiénica reutilizable o desechable 
-aunque mejor la FFP-2 o FFP-3, siempre homologada- ha venido también para quedarse. El astracán El honor del conde Arnaldo, es lo que nos ha traído. De todo, menos risa.

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