El kavamotxo

En los ochenta, las fiestas infantiles se hacían en los domicilios particulares. Como lo oyen: ni piscinas de bolas, ni tirolinas, ni hinchables, ni pistas de bolos, ni circuitos de karts. En el salón de casa, compartiendo sofá con la abuela. Al fondo, una mesa con refrescos gaseosos tibios (de cola, de limón y a veces incluso de naranja), unos bocadillos con pan de molde cortados en triángulo (untados de crema de cacao o de pasta de hígado de cerdo) y un par de platos de cartón rebosando ganchitos, esos snacks pegajosos anaranjados que acababan hechos un pegote pisoteado.

Ahora que Vermuts Miró va a sacar la Vermucola y que Freixenet quiere que su cava se sirva en copa de balón, con cubitos de hielo y una rodaja de pepino, mi mente hace una regresión a esa infancia ochentera y revive uno de los momentos álgidos de esas fiestas. El momento en el que un niño (en esa época oscura de barbarie, cuando un adulto gritaba «¡Niños, ya está bien!», no tenía que añadir luego «y niñas», porque todo el mundo se daba por enterado) agarraba el vaso de plástico y empezaba a echarle dentro todo lo que pillara: cola, limón, naranja, un puñado de ganchitos... Y empezaba la cata del mejunje, con vistosas reacciones, hasta que la tendencia se imponía y todos terminaban por elaborar su fórmula ganadora. Ignorando, en su frenesí, que aquello fuese ‘maridaje’ o ‘fusión’.

De vuelta a este siglo, he decidido poner a trabajar esa experiencia acumulada para aprovechar la gran oportunidad que ofrecen el vermut y el cava, ahora que quieren seguir los exitosos pasos de la ginebra y sus gintonics. Propongo (fanfarria, redoble de tambores)... el Kavamotxo! Sírvase un cava de lineal de supermercado templadito en vaso de plástico, añádale refresco de cola de marca blanca y acompáñelo con unas rodajas de ganchitos. Me voy a forrar.