El mal uso del poder

Dejar pasar el mal es convertirnos en cómplices, pero a veces se tienen las manos atadas

19 mayo 2017 23:51 | Actualizado a 20 mayo 2017 21:43
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Es lógico que el político desee el poder, porque con independencia de la ideología propia de su partido, quiere lograr una sociedad más justa, dentro y fuera del país, de la comunidad, de la localidad, que gobierna. Pero cuando se busca el poder por el poder, el poder como prestigio, se entra en una dinámica en la que no hay marcha atrás. Y el ansia de poder se convierte en una obsesión, y el que la padece “enferma”. Enferma, porque cree que permanecer en el poder es un premio, es un merecimiento ( por ejemplo: Rajoy, dice que no encontraran otro candidato mejor que él) Y en su “borrachera de engreimiento”, cree que lo puede todo, que todo es suyo, que pueden disponer lo que se les antoje. El político obsesionado con el poder, olvida que está al servicio del pueblo al que representa, que es el eco de la voz es el pueblo, y en su lugar lo doblega para su santa voluntad. Cree que está por encima de él, como si los ciudadanos fuéramos una manda y él el dueño. En su ansia de mantener el poder, olvida la moral, la ética; olvida al pueblo y trata de convencerlo de que todo lo que hace es para el pueblo y para su bien.

Enferma, porque su ansia de poder se acompaña del miedo, del miedo a perderlo, y entonces se protege. Y lo hace convenciéndose a sí mismo y al pueblo que tiene un enemigo ( la oposición) y si no existe se lo inventa, se rodea de gentes que le aplauden constantemente ( aunque renie-

gen de él en su ausencia, esto es palpable en el PP) y rechazan opiniones contrarias. El temor y rechazo a considerar opiniones de los demás, así como la intolerancia contra quienes pensamos diferente, es una de sus peculiaridades más presentes en el político enfermo de poder.

Es abrumador el panorama de la corrupción en todos los ámbitos pero constituye una catástrofe cuando proviene de personas en las cuales se ha depositado la esperanza de cambios y desarro-

llo de un país.

¿Por qué? Porque quienes actúan en el sector público están expuestos y en la mira de todos. Aunque se quieran ahogar las denuncias de los medios de comunicación al respecto, los rumores corren más rápido y se propagan por muchos canales produciendo diferentes reacciones: el

Escándalo, la desidia, la envidia y hasta la imitación.

Las diferentes formas de corrupción en el ámbito administrativo y político son como una onda expansiva que se propaga destruyendo los valores, minando las pocas defensas de la honra, ladignidad, el respeto a la patria y a los ciudadanos a quienes se les estafa impunemente con los sobreprecios, comisiones…. en los negocios, trámites, tráfico de influencias, etcétera.

Es gravísima la responsabilidad del mal ejemplo que dan quienes ejercen poder injustamente sobre otras personas, empezando por el que está detrás de una ventanilla de servicio público hasta quienes detentan los más altos cargos, porque rápidamente se asume como normal la conducta o, a sabiendas que no es lo correcto se imita, en la primera oportunidad, con seudojustificaciones: “otros lo hacen”.

Confundir el bien con el mal es la peor desgracia que puede ocurrir en la conciencia de una cultura y de un pueblo: perder la noción de la honestidad y del respeto a los bienes ajenos, cambiar el sentido de la rectitud por la “viveza” que empieza por el irrespeto de los derechos ajenos, pasa por el abuso y llega al delito.

Creer que un cargo público es una oportunidad para enriquecerse y no para servir, en el que además hay la posibilidad de adquirir renombre político, es frecuente, en quienes andan en elpalanqueo y detrás de los nombramientos actuales y futuros cuando salen de la política.

¡Qué tristeza y qué decepción cuando nos llegan los comentarios y hechos de corrupción administrativa y no podemos denunciar, porque no tenemos las pruebas!

Dejar pasar el mal es convertirnos en cómplices, pero a veces se tienen las manos atadas y ahora quieren ponernos una mordaza, con una o varias Leyes.

Pero vayamos a lo que seguramente sería positivo: la educación de los niños y de los jóvenes tendría que darnos esperanza y, más que eso, asegurarnos la formación de una moral sólida para sustentar una nueva sociedad en la que podamos confiar unos de los otros y creer en la honra y en la dignidad.

Ojalá que tanta evaluación a los profesionales de la educación sirviera para transformar el comportamiento ciudadano. Los maestros también ejercen autoridad y tienen que encauzar correctamente ese poder dentro del aula, encaminando hacia el bien sin claudicaciones, em-

pezando por ser modelos de rectitud, justicia y veracidad.

Los buenos y auténticos formadores, que sí los hay, y muchos sean valientes para imponer sus criterios entre sus colegas y se dediquen a enseñar y sembrar en sus alumnos, actitudes de transparencia, rectitud y verdad en todos los actos de la vida. Esto es la esencia de una nueva clase política. Es verdad que los humanos somos la perfección más imperfecta, que somos cerebros, que llevamos colgado un cuerpo, que a veces cuando entramos a un gimnasio cultivamos el cuerpo y el cerebro lo dejamos en la taquilla. Pero quien no se hace sus propias preguntas no construye su camino, sigue el que otros tazaron.

¿Es un sueño? ¿Una quimera? Pues si no soñamos no avanzamos, nos estancamos. Atrevámonos a soñar y a ponernos detrás de los ideales más correctos.

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