El nuevo exhibicionismo

Navegar en un entorno virtual donde todos parecen estar siempre de fiesta, sin el menor problema ni un triste michelín, puede llevar a algunas perso-nas a la conclusión incons-ciente de estar habitando una rutina bochornosamente in-significante y tristemente gris
 

20 septiembre 2020 09:20 | Actualizado a 20 septiembre 2020 11:36
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Cada vez son más las familias preocupadas por la dependencia tecnológica de los menores. Al margen de determinados síndromes ya estudiados como el fomo o el clictivismo, los expertos advierten sobre los efectos psicológicos que pueden derivarse de la proliferación de relaciones que se desarrollan mayoritariamente a través de canales digitales. Efectivamente, el contacto humano está dando paso a un vínculo crecientemente virtual, cuyas consecuencias a largo plazo están todavía por ver. Siempre han existido las amistades epistolares, pero lo que antes era una excepción, ahora se está convirtiendo en norma a una velocidad de vértigo. Y así, nos dirigimos hacia un modelo relacional en el conocemos cada vez a más gente, pero con una profundidad y una fiabilidad cada vez menores.

Pero no se trata de un problema exclusivo de niños y jóvenes, ni muchísimo menos. Los adultos también nos estamos incorporando a estas dinámicas, sustituyendo cafés por mensajes, amistades por contactos, y tertulias por grupos de WhatsApp. Consejos vendo que para mí no tengo. Uno de los principales riesgos de la comunicación remota es la multiplicación de las relaciones entre individuos que no responden en absoluto a la imagen que proyectan, una tendencia con una doble cara: una pasiva (la posibilidad de ser engañados de forma premeditada) y otra activa (la tendencia a mostrar una versión maquillada de nosotros mismos).

En efecto, el contacto virtual facilita la labor a los sinvergüenzas que construyen un perfil falseado que poner ante nuestros ojos, con unas consecuencias que pueden resultar catastróficas: suplantación de identidad en negocios informales, amistades infantiles que ocultan prácticas de pedofilia, noviazgos a distancia que constituyen un intento de fraude económico, etc. Pero podemos ser también nosotros quienes deformemos la realidad, entregándonos al postureo más edulcorado. Lógicamente, a ninguno nos gusta ofrecer nuestra peor imagen, tanto en las relaciones físicas como en las virtuales. Y, en ese sentido, es disculpable la tendencia a priorizar aquello que muestra nuestra mejor versión, en detrimento de la vertiente más vulgar o negativa de nuestra vida. Sin embargo, esta consecuencia directa de la naturaleza humana, aparentemente inocua, está provocando dos fenómenos preocupantes al desplegarse en un entorno masivo como el digital: la frustración comparativa y el exhibicionismo compulsivo.

Efectivamente, por un lado, navegar en un entorno virtual donde todos parecen estar siempre de fiesta, sin el menor problema ni un triste michelín, puede llevar a algunas personas a la conclusión inconsciente de estar habitando una rutina bochornosamente insignificante y tristemente gris. Casi todo es bello, exclusivo o desenfadado en este mundo de hashtags, selfies, influencers, followers y tiktokers. Como afirma el ilustre psiquiatra y peculiar gastrónomo Hannibal Lecter en El silencio de los corderos, «deseamos lo que vemos». Y, por tanto, si estamos constantemente observando a nuestros ‘amigos’ digitales viviendo en una película playera de los ochenta, no es raro que acabemos sintiendo cierto complejo de mediocridad (totalmente injustificado, obviamente, si analizamos la cuestión con la cabeza fría).

La segunda derivada del postureo en redes es la creciente necesidad de retransmitir todo lo que hacemos. ¿Qué oscura y misteriosa fuerza nos empuja a fotografiar y difundir el plato de patatas bravas que nos han puesto sobre la barra del bar? Existen explicaciones psicológicas para todos los gustos, pero el hecho es que esta pulsión por la compartición (que todos los usuarios habituales de redes sociales percibimos con mayor o menor frecuencia, reconozcámoslo) puede terminar convirtiéndose en un verdadero problema si no se sabe controlar, sobre todo si se combina con la obcecación por lograr el mayor número de likes. El afán de protagonismo puede resultar suicida en determinadas circunstancias.

Que se lo digan al preso que se ha fugado esta misma semana de la cárcel de Melilla. El tipo, con más juicios pendientes que neuronas activas, no tuvo una mejor idea que explicar su hazaña en internet. Hay que reconocer el mérito a este nuevo Andy Dufresne, acusado de varios robos e incendios, pues parece haber sido el primer recluso en lograr escapar de este centro penitenciario. Primero colgó un vídeo en el que detalló pormenorizadamente su estrategia de huida: «He subido por encima de respeto, y he ido a preventivo. Había una viga, he bajado como en un columpio. Después he salido encima de la garita, me he enganchado, he saltado para abajo de pie, y he empezado a correr para abajo». Poco sofisticado para una serie carcelaria, pero efectivo, a fin de cuentas. El presunto delincuente aparecía rodeado por su club de fans en el barrio de El Rastro: «¡Éste es un máquina, ahí lo tenéis!”. Por si no fuera suficiente, el reo añadió más tarde otra grabación para desvelar concretamente dónde se encontraba: «¿Qué os pasa, señores? Estoy aquí, con mi madre, para darle un beso y comer un tajín». Como era de prever, esta disparatada escapada ni siquiera duró un día. Pocas horas después de colgar estos mensajes, el fugado fue detenido y devuelto a su celda. Un máquina, sin duda. Corto como él solo, pero un máquina.

Como ocurre con frecuencia, puede que la mejor estrategia contra estas tendencias, aparentemente imparables, sea combatirlas con sentido del humor. Me permito recomendarles los vídeos que cuelga regularmente Celeste Barber, una actriz australiana que parodia con cruda ironía los postureos más ridículos de modelos y famosos, haciendo gala de una salud mental a prueba de haters y trolls. Sin duda, debemos agradecer esta oda a la realidad, en un entorno enfermizamente obsesionado por la exhibición y la apariencia.

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