En el Vaticano seis mil periodistas que cubrieron el cónclave acudieron al encuentro con el nuevo Papa Francisco.
Llevaba un discurso escrito, pero lo abandonó y dejó hablar al corazón: «¡Ah. Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!».
¿Dónde hay que firmar?- podría haber dicho Pere Casaldàliga, el misionero claretiano primer obispo del Mato Grosso, en la Amazonia brasileña.
Murió tras medio siglo allí, sin volver a Catalunya; solo un par de viajes a Roma, no fáciles pero sinceros, para hablar con Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger. Sirvió a los indígenas y a trabajadores explotados como esclavos.
El gobierno trató cinco veces de expulsarle, fue arrestado y amenazado de muerte. Fue servidor del Evangelio en su aspecto más nuclear.