El odio

Ninguna libertad es ilimitada, y en concreto la libertad de expresión tiene unos límites que pueden identificarse con la generación del odio

19 febrero 2021 10:30 | Actualizado a 19 febrero 2021 10:57
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La defensa de la libertad de expresión es una causa justa, sin duda. El escritor y filósofo francés Voltaire y uno de los principales representantes de la Ilustración inmortalizó la idea con aquella célebre frase afortunada, al dirigirse a un adversario en estos términos: «señor, detesto cuanto usted defiende, pero daría mi vida para lograr que siga defendiéndolo».

Sin embargo, ninguna libertad es ilimitada, y en concreto la libertad de expresión tiene unos límites que pueden identificarse con la generación del odio.

No es lícito utilizar la palabra para promover la discriminación, el racismo, la segregación de las minorías o incluso su expulsión o su exterminio.

El Holocausto fue el mayor delito de odio de la Historia, pero sigue habiendo pequeños homicidas que quieren liquidar razas, géneros, colores o ideas. Y eso no puede consentirse.

Por eso Francia, tierra de asilo, patria de las grandes libertades civiles, acaba de aprobar una potente ley para combatir lo que el presidente de la República Emmanuel Macron llama el «separatismo islamista»; una ley que actualiza el estado laico, garante de la libertad de culto, y acentúa la neutralidad del Estado ante las religiones.

La reciente decapitación de un profesor de instituto a manos de un islamista radical ha activado este designio: no se puede permitir que se haga proselitismo del odio, de la muerte, de la descomposición social. Y eso debe figurar convenientemente en el Código Penal de las democracias.

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