El papa Francisco

Es el personaje del año. Su llegada al Vaticano proporciona un soplo impagable de aire fresco

19 mayo 2017 23:51 | Actualizado a 20 mayo 2017 21:43
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Todavía mientras escribo estas líneas no he visto noticia alguna sobre el personaje del año que suelen proclamar algunos medios ni espero tener que votar en alguna elección tan proclive en estas fechas para decidirlo. Pero si se me presentase la oportunidad, anticipo que me decantaría sin ningún tipo de dudas por el papa Francisco, cuya llegada al Vaticano está proporcionando un impagable soplo de aire fresco a la opinión pública mundial.

Cuando más falta le hace, añadiría puesto a argumentarlo.

Vivimos desde hace más de una década una crisis de liderazgo internacional. Queda muy lejano el recuerdo de aquella generación de grandes líderes que consiguieron terminar con la angustiosa Guerra Fría, liquidar los penúltimos residuos del colonialismo, sentar bases sólidas para la globalización de las comunicaciones y la economía y, lo que parecía más difícil, afianzar la paz. Pero las leyes de la naturaleza no se detuvieron y hoy de aquella generación ninguno, de los pocos que quedan, conserva el poder.

La generación que actualmente asume las grandes responsabilidades de la gobernanza mundial, en cambio, está plagada de mediocridades, desde el presidente Barack Obama y el secretario general de la ONU para abajo, lo cual se refleja en la multiplicación de conflictos, en la aparición de nuevos riesgos para la convivencia, en la desaparición del debate de las ideas y, a pesar de la gran preocupación que parece monopolizar su actividad, en el deterioro de la economía. Ninguno seguramente pasará a la historia.

Mientras tanto, ante la sorpresa y escasez de optimismo, la Iglesia nombró a un cardenal argentino, desconocido para la mayor parte de los creyentes, Sumo Pontífice quien en muy poco tiempo –apenas un año– sacó a la propia Iglesia del letargo en que estaba cayendo, emprendió el gigantesco propósito de limpiar las alcantarillas del Estado Vaticano y la Curia, se ganó la simpatía de los desheredados y su influencia no ha parado de aumentar.

La mediación que el Papa ha ejercido entre los Estados Unidos y Cuba, que fructificó en la reapertura de las relaciones, es un detalle sin mayor importancia, por mucho que los medios lo exalten, en comparación con la influencia que está adquiriendo. Más importante es la sencillez y frontalidad con que está combatiendo la pobreza y las desigualdades y su lucha contra la corrupción –empezando por la que existe en su propia casa–, que agobia a la mayor parte de los países.

Todavía es pronto para poder evaluar los logros de su magisterio, pero el ejemplo de respeto y conciliación con otras religiones y sus mensajes de paz es evidente que empiezan a prender. Lo hace además desde una humildad desconocida y una valentía que contrasta con la tradición de circunloquios y modos cortesanos de la diplomacia vaticana. Francisco, así a secas, es ahora mismo el principal revulsivo para una sociedad sumida en el caos.

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