El persistente trauma del Holocausto

'Si supiera dónde está enterrado mi abuelo, iría a orinar sobre su tumba'

19 mayo 2017 23:39 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:31
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Hoy es una fecha no solo para recordar sino, por encima de todo, para celebrar. Y para celebrar la victoria sobre las barbaridades del nazismo. Tanto más en los momentos actuales, en los que están proliferando de manera preocupante partidos con ideologías pronazis.

Hoy se cumplen 70 años de la liberación por las tropas soviéticas del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Según las cifras oficiales, desde su apertura el 20 de mayo de 1940 hasta la fecha de su liberación, el 27 de enero de 1945, entre dos y cuatro millones de reclusos, judíos en su inmensa mayoría, perdieron allí la vida.

El 17 de enero de 1945, ante la inminente llegada de los soviéticos, el personal nazi inició la evacuación de Auschwitz con dirección al oeste. La mayoría de los prisioneros debieron marchar hacia el oeste, aunque los que se encontraban demasiado débiles para la marcha, fueron dejados atrás. Cerca de 7.600 prisioneros fueron liberados por el Ejército Rojo el 27 de enero de 1945.

La caza y captura del comandante Rudolf Höss fue posible gracias al empeño de un judío alemán, combatiente en el Ejército británico, Hanns Alexander. Su sobrino nieto, Thomas Harding, ha reconstruido su historia en la obra Hanns y Rudolf, recientemente publicada. En la obra se narra la caza y captura del comandante de Auschwitz, el primer nazi que reconoció en los juicios de Nuremberg haber ayudado a planificar la ‘Solución Final’.

El autor Thomas Harding utiliza el artificio literario de las vidas paralelas para destacar las enormes divergencias biográficas, pero también para mostrar las inquietantes zonas grises que revelan las peripecias de ambos personajes –captor y capturado– durante y tras la Segunda Guerra Mundial. Höss fue antes que nada un probo y ambicioso administrador de la muerte, dispensada a conciencia por un engranaje aniquilador que él contribuyó a erigir industrialmente de forma decisiva. El final de la guerra propició el encuentro de ambos personajes: Hanns que actuaba en principio como intérprete en los interrogatorios que el Equipo de Investigación de Crímenes de Guerra nº 1 hacia los SS capturados, fue actuando con creciente celo, visceralidad y autonomía para lograr la captura de Gustav Simon y seguir el rastro de Höss hasta la frontera danesa. El colofón de la historia muestra la burocrática indiferencia de Höss hacia sus víctimas, que contrasta con la patética confesión final y la conmovedora despedida a su mujer y sus hijos, antes de ser ahorcado el 16 de abril de 1947, en el campo de exterminio que construyó y dirigió.

El último episodio de convergencia vital entre víctima y verdugo, tiene como protagonista a sus herederos, en un encuentro entre el autor del libro y el nieto de Höss, éste recordando los crímenes de su antepasado, no duda en confesar: «Si supiera dónde está enterrado mi abuelo, iría a orinar sobre su tumba». Una significativa muestra de la persistencia del trauma o de la culpa del Holocausto en la memoria de varias generaciones de europeos.

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