El quiosco sin Santa Tecla

El quiosco cumplía con una función múltiple, extensa, infinita en esta ciudad. Era el corazón, ahora ya sin sangre ni válvulas ni músculos, de toda la plaza Imperial Tarraco

11 octubre 2021 10:30 | Actualizado a 11 octubre 2021 10:37
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Ya está. Ya se cumplió. Ya se culminó el maléfico artificio. La sentencia se ejecutó. La municipalidad ya descansa tranquila. Sus palabras fueron órdenes y sus órdenes cumplidas. El quiosco se desballestó y sus restos fueron apartados. Todo quedó fundido, derretido. Los barrotes se arquearon y se resumieron en su nada vulgar y corriente. La plaza Imperial Tarraco ya se vació. La plaza Imperial Tarraco ya es un vacío.

¿Y dónde está el beneficio obtenido? ¿Cuál es? La plaza se ha quedado con un árbol sin pájaros; la ciudad, con una plaza vacía. Todo ha sido tan detallada y extensamente recortado y esquilmado que todo ha culminado en su redonda y perfecta nada.

El quiosco de la plaza Imperial Tarraco, ¿a quién molestaba? Exactamente al contrario: A todos servía, tanto a quien a él se acercaba con una demanda, una pregunta o una petición de cómo orientarse, como a aquel que, distante, desde bien lejos, se limitaba a mirarlo, y se satisfacía con la mera contemplación de su armonía junto a una línea de árboles y unos poquísimos bancos. Habrá que repetirlo: El quiosco de la plaza Imperial Tarraco cumplía con una función múltiple, extensa, infinita en esta ciudad. Era el corazón, ahora ya sin sangre ni válvulas ni músculos, de toda la plaza Imperial Tarraco, tan empeñada en ser eternamente circular, y tan eternamente bullente en motores de explosión y en ruidos.

La municipalidad debe sentir una especie de colmada satisfacción. Tan preocupada está por la ciudad que se empeña en hacerle todo el bien que le es posible, incluso aquel bien que la ciudad no le ha demandado, porque la ciudad entiende que no es un beneficio, sino todo lo contrario. No obstante, la municipalidad, anticipándose al futuro, dibuja una plaza sin su quiosco, junto a unos árboles sin árboles y unos bancos igualmente sin bancos. Y ahí estaba lo que, en verdad, daba aire y daba respiración y daba vida a la plaza Imperial Tarraco, y a quienes por ellas pasaban. En su lugar, la municipalidad, tan previsora, tan pendiente de un futuro que se ha inventado, planea la fantasía de un carril de bicicletas sin bicicletas y recortando acera y más acera.

Santa Tecla no estaría delante cuando han levantado a golpe de piqueta el quiosco de la plaza Imperial Tarraco. Ya andaría de vuelta hacia su ciudad de Konya, allá en la lejana Turquía. En cualquier caso, no ha habido milagro (aunque bien lo podía haber hecho, aunque fuera por telepatía).

Tal vez Santa Tecla no vuelva por estos pagos el año que viene. ¿Para qué? Todos los días de septiembre que ha estado aquí, cada mañana, y bien prontito, allá acudía, al quiosco. Entre sorprendida y feliz —y entre tantos ruidos de motores y pitidos—, ojeaba las primeras páginas de los periódicos. Se conmovía con tantas noticias aciagas. Cada día preguntaba por cómo iban las negociaciones (si es que las ha habido) entre los munícipes y la urbanística aplicada. Sé muy bien que se interesaba por el futuro del quiosco de la plaza Imperial Tarraco. ¿Para qué ha de volver si no se la ha hecho caso en lo que más quería?

Santa Tecla habrá pensado que esta ciudad tiene una rara habilidad, la de prescindir de aquello bueno que tiene. ¿Por qué desprenderse de algo que cumple su función y a nadie molesta? Y aún peor: ¿Por qué dejar perder unos cuantos puestos de trabajo en un pequeño negocio familiar?

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