El reto de la desescalada

28 abril 2020 06:30 | Actualizado a 30 abril 2020 17:31
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El presidente Pedro Sánchez tiene previsto anunciar hoy el plan de desconfinamiento. El retroceso de los contagios y la decreciente ocupación de los servicios sanitarios aconsejan una prudente desescalada, no sólo para normalizar la vida de las personas, enajenadas por el largo confinamiento, sino también y sobre todo para recuperar las economías, que ya no conseguirán evitar la recesión pero que tendrán una recuperación tanto más ardua, lenta y difícil cuanto más largo sea el tiempo de hibernación. El confinamiento, inscrito en la declaración del estado de alarma, ha resultado relativamente fácil de controlar. Pero ahora, con la desescalada, el control será mucho complejo y el éxito del proceso dependerá sobre todo del civismo de los ciudadanos. Porque la experiencia en otros países ya ha demostrado que no puede descartarse ni una segunda oleada ni una recurrencia anual sistémica como ocurre con la gripe, hasta que se consiga una vacuna realmente eficaz. Esto significa que, una vez levantada la mano del confinamiento y abierto el paso a la movilidad de las personas, la transmisión será un riesgo objetivo creciente, que sólo la propia ciudadanía podrá evitar. Ya sabemos que una gran mayoría de ciudadanos se comportará con exquisito respeto a las normas establecidas, cuyo cumplimiento representa en este caso vidas salvadas. Pero bastaría con que un porcentaje pequeño de desaprensivos las transgrediera para que toda la operación fracasase y hubiera que comenzar de nuevo todo el proceso. En este caso, la recaída representaría no sólo un nuevo riesgo para la población sino un desastre económico sin paliativos. Las próximas semanas son, si cabe, más delicadas que las que acabamos de vivir. En esta coyuntura, no sólo el gobierno del Estado ha de ser prudente: las comunidades autónomas deben descartar la competencia entre ellas o las prisas injustificadas por recuperar una normalidad que, mal administrada, podría ser trágica. Lo relevante es que todos salgamos de atolladero, aunque sea a distintos ritmos, sin recaídas ni naufragios.

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