El temblor de la falsificación (1)

No se engañen, todo lo que ustedes leen, incluso esto mismo, no deja de ser una pequeña falsedad

19 mayo 2017 20:36 | Actualizado a 22 mayo 2017 07:51
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¿Falso o verdadero? Un binomio como el formado por los vocablos ‘in/out’ o ‘abierto/cerrado’ que representan la base de la informática y del mundo de las tecnología de nuestra época. También en cierta forma lo falso o verdadero es la base de nuestro dilema moral en estos tiempos y la pregunta a resolver.

La falsedad va unida a la oscuridad, igual que el color de la verdad es el blanco. La falsedad representa el final del mundo y en última instancia las fuerzas del mal; mientas que la verdad es el símbolo de los dioses y del comienzo de una nueva vida. La falsedad es propia de los tiempos de crisis, como el nuestro, en que todo se pone en duda y se cuestiona, sin que tengamos seguridad en lo cierto y lo incierto.

Sólo una época como la que vivimos ha podido engendrar documentos tan increíbles y tan ciertos al mismo tiempo como los ‘papeles apócrifos de Bárcenas’, o ‘el fax de extradición del fugado director general de la Guardia Civil, Roldán’, personajes tan peculiares como el ‘pequeño Nicolás’, realidades tan falsas como el ‘Califato islámico’, ficciones tan impostoras como Dubai o Las Vegas, o sagas tan sorprendentes e inmoralmente falsas como las del ‘clan Pujol’.

Cuando Juan dicta a su discípulo en la isla de Patmos el último libro del Nuevo Testamento (El Apocalipsis) escribe en un época de persecución y crisis. También lo hace años después su comentarista hispano Beato de Liébana. Tanto uno como otro libro quieren ponernos a salvo de los falsos profetas, de los falsos reyes y de los falsos creyentes y revelarnos (‘apocalipsis’ significa ‘revelación’) la verdad. No muy distinto de nuestros tiempos en los que nuestra misión principal es distinguir los dirigentes reales y los falsos, los que nos cuentan la verdad y los que nos relatan (a sabiendas) meros cuentos para niños, niños a los que sin darse cuenta les han birlado los Reyes Magos y los han sustituido por unos dobles.

Amaño y fraude

La Oficina de Patentes y Marcas ha señalado recientemente el extraordinario aumento de objetos falsos entre los españoles, que ha llegado a alcanzar la cantidad de 1.000 millones de euros. El mercado ilegal mundial llega hasta la cifra de 1,59 billones de euros al año y ha tenido un incremento exponencial del 280% desde el año 2008 (el año de inicio de la crisis actual). El mercado de las falsificaciones se ha extendido de sus sectores tradicionales (textiles, juguetes, calzado o componentes electrónicos) o otras importantes como el farmacéutico, el automovilístico o el tecnológico y amenaza con afectar a otros muchos.

No se preocupen demasiado, los datos proceden directamente de Internet y pueden ser absolutamente falsos. No hay que olvidar que el campo de la información (de la falsa información) es también otro de los sectores afectados por el fenómeno, quizás el que más y de todos el más preocupante.

Pero, ¿quién no se ha comprado una camiseta, un bolso o un reloj de marca (sabiendo que no lo es) en cualquiera de los bazares que inundan los países del tercer mundo? ¿quién le dice que lo que ha comprado como verdadero no es pura imitación y abalorio y no ha sido más que un tonto que le han dado gato por liebre?

Copia y reproducción

La Edad Media representa el triunfo de la copia como medio de conocimiento y al mismo tiempo de evolución. Por el contrario, la Edad Moderna representa la victoria de la reproducción que en cierta forma pone fin a la existencia del modelo original/copia. Muchos consideran que el acontecimiento que determina el paso de una época a otro fue el descubrimiento a mediados del siglo XV de la imprenta que permitió crear al mismo tiempo múltiples ‘originales’ idénticos.

Pero la imprenta, aunque a veces nos confunde, no ha podido eliminar el original que sigue perviviendo como puede en el mundo de lo oculto. El otro día Dánel Arzamendi comentaba en estas mismas páginas que siempre había podido escribir en el Diari con total libertad. Yo también participo de esta afirmación. Pero no se engañen, todo lo que ustedes leen, incluso esto mismo, no deja de ser en el fondo una pequeña falsedad. El editor mantiene el texto enviado con una fidelidad máxima, pero aquí y allá aparecen en algunas ocasiones pequeños cambios, intrascendentes sin duda, pero que hacen que estemos ante una mera reproducción y no ante el propio original enviado.

Pero además el editor no puede, como el copista medieval, evitar añadir algo propio al texto madre: por una parte, incorpora una frase (no siempre literal) de lo comentado, que lleva necesariamente al lector a considerar un aspecto relevante que no siempre compartirá el articulista; por otra, añade una imagen que en cierta forma va a guiar el pensamiento del lector, algunas veces atrayéndolo a la lectura, otras quizás equivocándole sobre su contenido. El editor mata al autor y se apropia de su obra hasta el punto que el articulista queda convertido en uno más que compra el Diari para leer un artículo ajeno (la reproducción del suyo) y en cierta manera falso.

¿Quién les dice que están leyendo la misma tribuna que acabo de escribir? Y si quieren ir un poco más lejos, ¿quién les dice que el autor de la misma soy yo y no otra persona y que todas las anteriores no se deben a la obra de un desconocido o de varios?

La falsedad es también imitación, manipulación y mistificación. Por eso es el símbolo de nuestro tiempo. Seguiremos en la próxima Tribuna.

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