Emile Zola y el naturalismo

Emile Zola fue un escritor de temperamento impulsivo y creador del naturalismo literario. Denostó a las clases humildes y a las élites

22 septiembre 2020 07:40 | Actualizado a 22 septiembre 2020 07:43
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A finales del siglo XIX se produjo en Francia un terremoto político y social que estuvo a punto de hacer saltar en pedazos el monolítico bloque nacional que parecía indestructible desde los tiempos de Napoleón, aunque seguían coleando algunos conatos dialécticos entre los partidarios del «ancien regime» y los del segundo Imperio.

Fue el escritor Emile Zola quien destapó la caja de los truenos con su incendiaria carta titulada «Yo acuso», publicada en primera página del diario L’Aurore y dirigida al presidente de la República Felix Faure, un redomado mujeriego que, según lenguas arpías, murió de un derrame cerebral en brazos de una prostituta. La carta de Zola veía la luz pocos días antes de que España entrase en guerra contra EE.UU. por el controvertido hundimiento del acorazado «Maine» en el puerto de La Habana. Por aquel entonces el Tío Sam era un nuevo Gargantúa devorando Cuba, Puerto Rico, Filipinas, islas Hawai, entre otros territorios, algunos de los cuales todavía conserva.

El casus belli en el país vecino estalló por la condena de Alfredo Dreyfus, un capitán de artillería del ejército francés, de origen judío, acusado de espionaje a favor de Alemania. Emile Zola salió en defensa del capitán y se armó la marimorena. Renació un enconado sentimiento antisemita y muchos judíos tuvieron que huir de Francia para salvar los muebles y… el pellejo.

Los que deseaban cambiar las cosas se unieron bajo el nombre de nacionalistas y sus filas se nutrían de hombres sinceros al lado de demagogos que esperaban pescar en río revuelto. Por su parte, los conservadores exaltaban su causa en términos místicos heredados de Juana de Arco. La ferocidad con que se atacaban los dos bandos impedía una solución consensuada, de manera que el país se iba fragmentando cada día más, mientras el mundo contemplaba todo aquello con asombro, saliendo malparado el nombre de Francia.

Si fuésemos perfectos, no seríamos humanos. La imperfección es una de las notas constitutivas de la humanidad

Emile Zola fue un escritor de temperamento impulsivo y creador del naturalismo literario. Denostó a las clases humildes y a las élites. Dos de sus obras más audaces avalan este criterio: La taberna y Nana, la primera, escrita en 1877 y la segunda, en 1880. La taberna es un retrato nauseabundo de la plebe, donde sólo se describen la incultura y los vicios, sobre todo de alcohol y de sexo de la gente vulgar. Esta obra provocó protestas y reacciones violentas contra Zola, quien como desagravio escribió otra de sus obras más conocidas: Nana, donde se exhiben las corrupciones, vicios y maldades de la alta sociedad, incluidos los militares de alta graduación. Es decir, para Zola todos, ya fueran doctos o zafios, eran corruptos; todos excepto él mismo, erigido en juez demoledor en su particular Valle de Josafat. Y es que la literatura naturalista impulsada por Zola incitaba a explicar las escenas y situaciones más escabrosas con el lenguaje más burdo y chabacano. Dice que todos los humanos son imperfectos. ¡Santa palabra! No dice somos, sino son. Parece que él se autoexcluye de la imperfección. Y yo le digo: Pero, señor Zola, si los humanos fuésemos perfectos, ¿seguiríamos siendo humanos? ¿Verdad que no? Seríamos bestias o ángeles, pero no humanos. Precisamente la imperfección es una de las notas constitutivas de la humanidad.

Es preciso decir que en sus comienzos literarios Emile Zola se había declarado admirador de Balzac (Las ilusiones perdidas) y de Flaubert (Madame Bovary). Y él mismo había escrito novelas de ternura humana (Une page d’amour). Su primera obra naturalista fue Thérèse Raquin, un relato ya plagado de desvaríos y aberraciones.

El naturalismo literario, a veces llamado realismo, se introdujo en España de una manera mucho más atenuada, respetuosa y limpia que la de Zola a través de Blasco Ibáñez (La barraca, Cañas y barro); Emilia Pardo Bazán (La madre naturaleza, Viaje de novios). En Cataluña, Narcís Oller (La papallona, Vilaniu, La febre d’or). Para diferenciarlo del naturalismo propalado en Francia, la Sra. Pardo Bazán en una de sus obras confiesa: «Me abochorna la preferencia vergonzosa que conceden algunos a versiones pésimas de Zola, habiendo en España Galdós, Peredas y Alarcones entre otros muchos». Y tenía razón esta señora, ya que en el naturalismo literario cultivado en España tendrían cabida las Novelas Ejemplares de Cervantes, todas las obras de Benito Pérez Galdós, de José Mª Pereda, e incluso más cercanas a nosotros en el tiempo, las obras de Juan Marsé, Miguel Delibes y Camilo José Cela, mientras que el naturalismo de Zola, sobre todo el trasplantado a Sudamérica (La charca, de Manuel Zeno) es pura pornografía, donde aparece una mujer con nueve hijos de nueve padres distintos, y donde no faltan muchachas adolescentes entregadas por sus padres a cambio de dinero, amancebamientos, incestos y asesinatos, todo explicado con un lenguaje burdo y soez.

Lo que al parecer pretendía Zola era provocar un golpe de estado, pero le salió el tiro por la culata y tuvo que huir a Inglaterra. Pasados unos meses regresó a Francia, pero este regreso significó el principio del final de su vida, ya que al poco tiempo murió de manera extraña que algunos calificaron de asesinato.

A veces los pueblos sienten una misteriosa necesidad de llevar a cabo un acto de orgullo o de gloria histórica, que sirva de acicate para reconducir la situación de la patria. Todos los pronunciamientos y los golpes de estado tienen un componente de sentimiento patriotero. A recordar el asalto al Congreso del general Pavía, el alzamiento del general Franco y el episodio del 23F, protagonizado por Antonio Tejero. Sin olvidar ciertos países africanos y sudamericanos que no parecen acabar de aclimatarse a sus jóvenes democracias y andan siempre a la greña.

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