Enseñanzas de una crisis

El turismo está bien cuando constituye un complemento de la economía, pero no cuando representa el sostén principal

26 mayo 2020 17:43 | Actualizado a 30 mayo 2020 18:28
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Una de las enseñanzas aprendidas de la crisis vírica ha consistido en percatarnos de lo mal que hemos estado gobernados a lo largo de muchas décadas en el orden económico. Durante el tiempo de vacas gordas nos dejamos magnetizar por las rentas del turismo y nos tumbamos a la bartola.

Ahora, cuando más lo necesitamos, falla el turismo y nuestro país se hunde como un navío sin timón arremetiendo contra los arrecifes. Todo esto nos hace cavilar que el turismo está bien cuando constituye un complemento de la economía, pero no cuando representa el sostén principal, pues ahora vemos que cuando el turismo falla nuestro país se va al garete. Cientos de empresarios se arruinan y miles de obreros se quedan sin trabajo. El panorama es sobrecogedor.

Cabe suponer que España es el país europeo más perjudicado en este sentido. Convengamos, pues, en que no hemos sido previsores. Necesitábamos grandes empresas no dependientes del turismo, pero ésas no vinieron. Al contrario, teníamos una poderosa industria astillera en todo el litoral cantábrico y en Andalucía y dejamos que se hundiera. Nuestros mentores nunca fueron águilas oteando el horizonte de la posibilidad.

Otra enseñanza lucrada es que la pandemia del Covid-19 ha tenido la virtud de dejar la atmósfera mucho más limpia de lo que estaba antes, pero ahora, con la nueva invasión de aviones a todas las horas del día y de la noche, nuestra atmósfera volverá a convertirse en un albañal. No todo son ventajas en la bonanza económica. Conclusión: la higiene medio-ambiental requiere una sociedad más sedentaria y no en una permanente y masiva trashumancia.

Finalmente, la enseñanza más importante: éramos felices y no lo sabíamos. Protestábamos por cualquier cosa, a veces sin razón, y pese a todo éramos felices sin saberlo. Lo sabemos ahora,  como una evocación del poeta de Dolores:

…En cambio vivimos días 
de angustias tan aceradas
que las tristezas pasadas
nos parecen alegrías.   

Sin embargo, beatus ille!, como decían los antiguos. Felices aquellos que tenían amigos y los conservan, porque la pandemia no ha podido destruir los sentimientos ni la amistad.

Al contrario, personas que ni siquiera se conocían han corrido a auxiliarse unas a otras, con la excepción de los políticos, claro. Deus atque non vocatus, Deus aderit (Se le llame o no se le llame, Dios está presente). Por lo tanto, con el lastre romántico que llevamos en el alma esperaremos, no sabemos el qué ni cuándo ni cómo, aunque al final nos ocurra como al personaje de Joan Alcover, el más grande elegíaco de la poesía catalana:

Esperant un vaixell que no venia 
la vida es va passar  
i aclucà els ulls mirant la llunyania
que junta cel i mar.
És trist, però no tant en comparança      
d’aquell que sobreviu a l’esperança
 i ja sap que el vaixell no arribarà.

En estos últimos meses, los titubeos, las indecisiones, los equívocos y el oscurantismo mostrado por nuestros dirigentes políticos nos han hecho dudar sobre la autenticidad de nuestra democracia. Creíamos, quizá equivocadamente, que la democracia significaba una gestión pública transparente con luz y taquígrafos, y una comunicación fructífera con los partidos oponentes. Sólo hemos visto sombras y escuchado sandeces.

Creíamos que la democracia significaba una gestión pública transparente y una comunicación fructífera con los partidos oponentes. Sólo hemos visto sombras y escuchado sandeces

Mirémonos en el espejo de Alemania, un país que sólo había conocido un atisbo democrático con la República de Weimar, suprimida por Hitler, hasta que los vencedores de la II Guerra Mundial le impusieron un régimen democrático al que todos los ciudadanos se sometieron y respetaron, de tal manera que Alemania, de ser un país derrotado y arrasado se convirtió en el motor más potente de la nueva Europa. ¿Y por qué? Sencillamente porque los políticos alemanes practican la cultura del pacto y pactan cada vez que la situación del país lo requiere, algo que deberían aprender nuestras actuales señorías instalados en la Carrera de San Jerónimo, sobre todo en situaciones tan graves como las que hemos vivido y estamos viviendo.

Porque, veamos, aquí, ¿qué clase de democracia tenemos? Basándonos en la experiencia de los últimos tiempos podríamos inferir que aquí se cultiva la política de la zancadilla, del encono y de la fobia. Aquí echamos el carro por el pedregal y si me hundo yo, que se hunda todo quisqui. El único período encomiable de nuestra política fue el proceso de Transición cuando los representantes de todos los partidos, reunidos en cónclave, supieron diseñar para España un régimen democrático civilizado y humano. Y es preciso reconocer que actualmente en este tiempo de tanta miseria política han existido y existen individualidades políticas dignas de respeto y aplauso; por ejemplo estos días se nos ha ido Julio Anguita, un político honesto que predicaba sus ideas sin insultar a nadie.

Uno de mis profesores de la Facultad de Filosofía, don Ramón Valls, solía decir que la diferencia entre dictadura y democracia, es una simple cuestión de control. En la dictadura el individuo es controlado por otros, mientras en la democracia el individuo se controla a sí mismo. «Pues bien -comentaba zumbonamente el profesor Valls-, mientras los retretes públicos de este país aparezcan sucios, con las puertas y las paredes repletas de pintadas y palabras obscenas, no podremos tomar en serio nuestra vocación democrática, porque la suciedad del retrete público denuncia nuestra falta de autocontrol individual, a no ser que alguien piense que la democracia concede libertad para cagarse donde uno quiera o para mancillar villanamente la reputación de una persona sólo porque no piensa como nosotros». Esta degradación de la democracia la estamos padeciendo con demasiada frecuencia en lo que llamamos España.
 

César Pastor empezó a trabajar en 1945 en la rotativa del antiguo ‘Diario Español’ de Tarragona.Posteriormente, fue redactor de la sección ‘Aprendamos Catalán’ y corrector de catalán. Licenciado en Filosofía y Letras, es autor de ‘Memòries del Delta’ y ‘Espigando en mis recuerdos’, una recopilación de artículos suyos publicados en el ‘Diari’. El año pasado fue nombrado Fill Adoptiu de Tarragona.

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