Enterovirus: Psicosis en las redes sociales

La actualidad se ha visto dominada por la paranoia que se ha extendido entre la población por el ingreso de una docena de niños en el Joan XXIII a causa de un enterovirus que podía provocar afectaciones neurológicas, un episodio en el que ha faltado información oficial y han sobrado rumores sin base

19 mayo 2017 19:17 | Actualizado a 21 mayo 2017 17:21
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Tarragona ha aprendido esta semana una palabra nueva: enterovirus. Un vocablo que, más allá de confirmar la necesidad de una UCIpediátrica en el Joan XXIII, ha traído consigo una paranoia colectiva que se ha apoderado sobre todo de los padres de niños pequeños, muchos de los cuales han optado por no llevar a sus retoños al colegio para evitar cualquier posibilidad de contagio –benditos abuelos, siempre ahí para resolver los problemas de logística de las familias–.

Y la verdad es que había motivos para la alarma. En los últimos días, unos cincuenta menores de seis años han tenido que recibir atención médica en Catalunya –muchos de ellos en Tarragona– a causa de un insólito contagio por enterovirus. Y aunque la mayoría evoluciona favorablemente, al menos nueve han tenido que ingresar en una unidad de cuidados intensivos, dos de ellos con pronóstico reservado. Y todo apunta a que la causa de la muerte de una niña de dos años en Reus en marzo también sería un enterovirus.

Aún no está claro el origen de este inesperado número de ingresos de niños –«quizá nunca lo sepamos», dijo el viernes el jefe de Pediatría de Vall d’Hebron–, pero lo que está fuera de toda duda es que el miedo se ha instalado en Tarragona. La psicosis ha sido mayor, si cabe, porque esta enfermedad se ha cebado con lo más sagrado y, a la vez, lo más frágil: los niños menores de seis años. Y es que, como la transmisión de estos enterovirus es fecal oral, la mayoría de casos se produce entre niños, que, además, son más susceptibles a padecer una infección porque su sistema inmunitario está menos desarrollado. Es por eso que se suele dar en colegios y en guarderías, y más o menos en forma de brotes porque unos niños contagian a otros.

Sí, el miedo, siempre libre, estaba justificado. Incluso es normal que en circunstancias de este tipo los padres, conservadores con la salud de sus hijos –aquí todavía no vivimos en la tribu, como le gustaría a la cupaire Anna Gabriel–, tomaran ciertas medidas para protegerles. Lo que no tiene justificación es el oscurantismo comunicativo que ha habido sobre el tema por parte de los responsables de la Generalitat. No es de recibo que en momentos de tanta angustia, cuando los ciudadanos necesitan información veraz y ajustada a los hechos, se imponga el silencio. Un mutismo oficial que se ha traducido en un ruido insoportable en las redes sociales. WhatsApp y Facebook han echado humo con informaciones de todo tipo, la mayoría falsas, rumores infundados y sin ninguna base que, sin embargo, han creado el pánico. Mensajes poco menos que apocalípticos que, haciendo siempre referencia a un amigo, un primo o un hermano que trabaja en el hospital –estos días todos conocían a algún médico o enfermero–, hablaban de cientos de contagiados, de varios muertos, de circulares que pedían no llevar al niño a la escuela... De hecho, a una madre sólo le faltó llamarme inconsciente y mal padre al verme llegar al colegio con mi hija de la mano por la mañana. Y al salir por la tarde, esto fue lo que me dijo mi hija, de diez años: «Papá, en el recreo estábamos jugando al pilla-pilla y dos niñas han dicho que no querían jugar porque si las tocaba otro niño se podían contagiar». Pues eso.

Todo esta paranoia, todos estos rumores sin fundamento que se han multiplicado como sólo las redes sociales pueden hacerlo y que la gente se ha creído a pie juntillas, se hubieran podido evitar con una información oportuna. Pero, claro, los responsables de la Generalitat no querían alarmar. Pues menos mal.

Permítanme aprovechar este episodio para recomendarles que no se fíen de todo lo que se dice en las redes sociales. Ya lo advirtió la Guardia Civil cuando surgió el asunto del ébola: «Siguen los bulos por WhatsApp. Infórmate en medios de comunicación serios y no difundas pánico». Es verdad que son un avance y, bien utilizadas, un gran invento. Pero no es menos cierto, como ha quedado demostrado, que su poder para la falsedad y el rumor es mayor que su capacidad de contrastar hechos y datos.

Ahora que hablamos tanto de Smart city, deberíamos saber que una sociedad inteligente necesita ciudadanos críticos, dirigentes transparentes y fuentes creíbles para filtrar la turbina del rumor y convertirla en una máquina de conocimiento. O, al menos –como dice el periodista Juan Varela–, para que no nos haga más papanatas.

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