Entonces... ¿sí se podía?

El Ayuntamiento baja ahora el precio de los parkings después de años afirmando que era inviable. Casi tantos como los que lleva el Mercat en obras. Y ojo, que no está acabado

19 mayo 2017 18:36 | Actualizado a 21 mayo 2017 17:09
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Al fin baja el precio del aparcamiento. «Vienes a cenar a Tarragona y acabas pagando tres menús. Los dos de la pareja, y el del coche», me repetía a menudo un amigo, pesadete él –y exagerado–, pero con un fondo de razón. Y no sólo de foráneos viene la crítica. Comerciantes y restauradores me insisten en que las tarifas de parking ahuyentan al visitante, al que le sale a cuenta irse a otras zonas o, directamente, a otras ciudades.

Porque luego está lo de Reus, que viene a ser la guinda del pastel:además de todo lo anterior, resulta que el vecino tiene los parkings a 4 euros al día. La anterior responsable del asunto, Begoña Floria, siempre respondía que eso en Tarragona no era económicamente viable.

«La Empresa Municipal d’Aparcaments arrastra un lastre de un millón al año por culpa del Jaume I, por lo que si tuviéramos que bajar las tarifas pondríamos en riesgo las finanzas de la empresa», decía Floria en 2014, cuando el PP presentó como propuesta electoral su idea de plagiar las tarifas reusenses.

Resulta que, ahora que tenemos pacto, ahora que el PPestá en el equipo de gobierno y Begoña ya no lleva los parkings, rebajar las tarifas sí era posible. Por partes:por un lado, ¿cómo consiente el PSCuna medida que, según decía hace año y medio, pone en riesgo las finanzas municipales? Y, por otro:¿cómo es que el PP, cuya promesa era igualar la apuesta de Reus –4 euros al día– lo deja al final en 5,5?

Dicho lo cual, la medida debe ser celebrada, porque aparcar todo un día en Tarragona cuesta hoy 12,60 euros y a partir del 1 de septiembre pasará a costar 5,5. A cambio, el precio de las primeras dos horas y media sube. Pero muy ligeramente: 12 céntimos más por hora; luego 30 céntimos por las dos horas y media, que antes valían 5,20 y ahora 5,50.

‘Por 30 céntimos se irán’

De ahí que me resultase simpático el comunicado de Albert Abelló, portavoz municipal de lo que un día fue Convergència, para quien la rebaja anunciada «es una trampa», una «operación de maquillaje» para «ocultar que se ha subido el precio de la hora». Y que por culpa de ese incremento (30 céntimos por las primeras dos horas y media, insisto) «muchas personas seguirán sin elegir Tarragona para venir a comprar». El comunicado sólo hablaba de porcentajes, claro, porque al expresarlo en céntimos les debía entrar la risa incluso a ellos. Y ojo, que ya entiendo que la política es estar atento al error del rival y criticarlo. Pero hombre... Esquerra mismo, que también emitió un comunicado nada eufórico, por lo menos sí admitía que la noticia es buena y la subida irrisoria.

A todo esto, sale Elvira Ferrando a anunciar que si el Mercat no está acabado el 15 de noviembre, se aplazará su apertura hasta 2017 para que el traslado no nos coja en plena campaña navideña. Lo ha acordado, dice, con los vendedores, y con eso da por legitimada la decisión. Que desde luego los paradistas son parte importantísima en el asunto. La que más. Pero en esto del Mercat a menudo he echado en falta que, junto a ellos –esenciales, insisto–, se tomase en cuenta también a otros colectivos:comercios del entorno, vecinos, marchantes y, por qué no, tarraconenses en general, que son consumidores potenciales del recinto y, a fin de cuentas, quienes han costeado buena parte de la obra.

¿Y todos los demás?

Porque el traslado de la carpa al nuevo Mercat afecta sin duda a los paradistas. Pero de él depende también desmantelar la carpa y liberar la Plaça Corsini, luego también afecta a vecinos, comercios y bares del entorno;y de ello depende a su vez el retorno del mercadillo a su sitio, luego también afecta a marchantes, y a vecinos, comercios y usuarios de la Rambla... ¿No?

Bits and Kids

Hoy viernes será el último día de Bits and Kids, un centro infantil que tiene que abandonar víctima del mobbing burocrático. En este país (y también en esta ciudad), cuando aparece un competidor, da la impresión de que el primer impulso, antes que intentar ser mejores que él, es idear argucias para que le prohíban abrir. Y a veces, sea por presión social o por vínculo personal, las administracionessiguen el juego.

Y no es complicado, porque hay tantos impresos que solicitar, tantas inspecciones que activar y tantas formas de sembrar incertidumbre... que hasta el más riguroso de los negocios acaba rindiéndose. Al final, el perjudicado –al margen de los propietarios, claro– es el consumidor, que ve reducidas las opciones entre las que libremente elegir.

A mí, que lo he conocido de cerca, sólo me queda felicitar a sus impulsoras:Laura, Helena y resto del equipo. Por su valentía a la hora de arrancar –llegaron a ser finalistas de los Premis Emprèn de la Diputació–; por su rápido crecimiento en un par de años –signo inequívoco de trabajo bien hecho–;por el cariño y profesionalidad con que trataban a niños y niñas; por cómo les han enseñado a entender, a respetar, a compartir... Y, sobre todo, por cómo conseguían que cruzasen la puerta cada mañana felices y sonrientes. La aventura se interrumpe, pero deja en todos ellos una huella que ningún decreto podrá borrar.

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