Entre nuestra madre y la justicia, destruir es siempre más fácil que construir

La vaga promesa de un futuro incierto. El dilema de Camus sigue ahí. ¿Hasta qué punto es justo sacrificar la convivencia, la prosperidad y el bienestar de un país por un ideal que nadie es capaz de concretar?

14 diciembre 2017 11:42 | Actualizado a 14 diciembre 2017 11:54
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Mientras pronunciaba una conferencia en Suecia, Albert Camus fue recriminado por un refugiado político argelino que le exigió que tomara partido sin reservas por los independentistas en la sangrienta guerra colonial que libraban contra Francia. La recriminación no era del todo justa, porque Camus, francés nacido en Argel, ya se había pronunciado a favor de la descolonización, pero mantenía sus reservas sobre la necesidad de la sangrienta guerra civil con que los independentistas argelinos la pretendían conseguir. «¡Le exijo Justicia!» clamó el independentista ante el auditorio en silencio.

 «Si la Justicia -respondió Camus con voz pausada- es poner una bomba en un tranvía de Argel en el que podría ir mi madre, prefiero a mi madre».

Aquella intervención convirtió a Camus en la vergüenza de la entonces muy radicalizada gauche intelectual parisina y le distanció todavía más de su rival y también Nobel de Literatura, Jean-Paul Sartre, quien, al contrario que Camus, no dudaba en apoyar las luchas armadas de todos los pueblos oprimidos del planeta y, de paso, los atroces crímenes del estalinismo. La mínima duda en la lucha de clases -repetía entonces- es una gran traición burguesa.

Han pasado los años y las guerras coloniales. Argelia es independiente, pero miles de argelinos intentan hacerse con un pasaporte de la Unión Europea y otros miles que ya lo han conseguido malviven en las banlieus de su antigua metrópolis.

El neurocientífico Steven Pinker no se cansa de repetir y demostrar que la evolución humana conduce hacia un mundo cada vez menos cruento (la evidencia es que hay menos guerras que nunca). Y ese desenlace afortunado debe más a los Camus que plantean dilemas que a los Sartres que nunca dudan de su papel en la Historia. En nuestro país, la violencia ha sido el fracaso de quienes la defendieron en Euskadi. Y hoy ya nadie aquí, y es un mérito de todos, intenta forzar soluciones políticas a bombazos.

¿Cuánta destrucción es tolerable a cambio de la realización de una utopía?

Pero el dilema de la madre de Camus sigue ahí. ¿Hasta qué punto es justo sacrificar la convivencia, la prosperidad y el bienestar de un país por un ideal que nadie es capaz de concretar? ¿Vale la pena hacer descarrilar el tranvía que nos lleva a nosotros y a nuestras madres a cambio de la vaga promesa de un futuro incierto?

Porque lo que Camus apuntaba es que, sin poner en duda los objetivos y los principios de nadie, es igualmente respetable dudar de los medios para conseguirlos. ¿Cuánta destrucción es tolerable -destruir es siempre más fácil que construir- a cambio de la eventual realización de una utopía? 

«Todo el mundo tiene derecho a sus sueños, respondió en otra ocasión, pero sólo la realidad es la patria común donde todos nos encontramos». Hoy los catalanes estamos divididos en dos mitades, porque hay demasiados catalanes que creen a pies juntillas, como Sartre, en verdades absolutas de partido y que acusan de traidores a quienes se permiten dudar de ellas. Tienen un sueño de hegemonía opuesto al de la otra gran mayoría. 

La convivencia, en cambio, consiste en reconocer día a día a quienes no piensan como nosotros. Sólo así, sin verdades absolutas podríamos construir una tercera Catalunya, que no sería la ideal de nadie, pero sí una democracia, que, como se resignaba Hofstadter, no consiste más que en «un equilibrio armónico de frustraciones mutuas».

 

Periodista. Amiguet escribe La Contra de La Vanguardia desde que se creó, en enero de 1998. Nacido en Tarragona, comenzó a ejercer como periodista en el Diari y en Ser Tarragona.

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