Etnicismos

Mi primer recuerdo de una Diada es una fotografía en forma de diapositiva que conservan mis padres en su casa. En ella salen dos niños de corta edad, en pañales, encima de una mesa de la que cuelgan una senyera y una pancarta donde se puede leer «Catalans a Khorramabad». Uno de los niños sonríe sin dientes mientras el otro le manotea la cara. Khorramabad es la capital del Lorestán, al sur de los montes Zagros, en Irán. A finales de los setenta, mientras en Sant Boi de Llobregat (área metropolitana de Barcelona, cinturón rojo) se llevaban a cabo manifestaciones catalanistas encabezadas, entre otros, por el obrerísimo PSUC, una pequeña colonia de expatriados catalanes conmemoraba la Diada. El niño desdentado era yo. El otro niño se llama Roger. Y aquí terminaba la historia. Pero no con Pablo Iglesias. Autoproclamado heredero de aquel PSUC, ese señor apela hoy en Catalunya a la genética, hablando de abuelos y de padres extremeños y andaluces. Luego matiza que de lo que habla es de clases sociales, o de no se sabe bien qué división por razón de lengua y lugar de residencia. Pues vaya. ¿Qué pone en el DNI de tu abuelo? ¿Dónde vives? ¿En serio? Lo que tiene ser catalán es que lo puedes ser, si quieres, incluso desde Khorramabad. Y en la lengua materna que sea. ¿En nombre de qué genes se supone que debería votar Roger, el otro niño de la fotografía? ¿En nombre de los de su padre Quico, nacido en Torelló, o en el de los de su madre Fumiko, nacida en una pequeña isla del sur de Japón? Ah, sí: el otro niño de la fotografía tiene rasgos claramente asiáticos. Para mí no es relevante. ¿O sí? ¿Qué deberían votar los catalanes de madres nacidas en Japón, que además hablan japonés? ¿Y si hablan árabe? ¿Y rumano? Con Xavier García Albiol hemos topado. Catalunya no ha querido ir nunca por ahí, Pablo. Y no irá.